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grullas

El sábado estuve por primera vez en un país musulmán. No tuve que salir de aquí, bastó con darme una vuelta por una zona "reservada". Había estado varias veces, pero sin salir del coche, lo que cuenta como "no estar". Ya pesar de la costumbre de ver toda suerte de velos y vestimentas varias a diario, allí era mucho, muchísimo más evidente, tanto es así que él me dijo "No vas a la moda, estás totalmente desfasada" y se rió.

Entraba en las tiendas y los vendedores eran amables y se esforzaban incluso en decir alguna palabra en español. Parecía un ambiente distendido y agradable. La gente se paraba a conversar por las calles, se saludaban, hablaban un rato. Me recordaba mucho al sur. Los escaparates estaban llenos de objetos orientales, de vestidos de boda para ellas, bordados en dorado, muy aparatosos, de comidas de allá, de especias, de frutas y babuchas de cuero. E incluso en uno, exhibían un reloj despertador que despertaba con plegarias musulmanas y se podía poner la hora que había en La Meca.

Barrio marginal, mucha miseria también: coches con la música chunda-rap-bacalao-árabe puesta a todo volumen, gente (con velo) pidiendo, senegaleses recién llegados vendiendo CD piratas y mercancía de origen dudoso, suciedad, desidia. Miradas de cazar al vuelo lo que fuese para sobrevivir ese día. Marginalidad.

Y claro, es difícil que en esas condiciones, sabiendo que muchas de esas casas no tienen ni calefacción ni cuarto de baño, no se dé un sentimiento de impotencia, de rabia, de frustración. No se han integrado. Algunos lo hicieron, pero son una minoría, quizá los que tuvieron más medios porque hay poquísimos que tengan estudios universitarios. La mayoría se quedaron encerrados toda su vida en un barrio así, sin perspectivas, sin poder salir, con trabas para acceder a una vida mejor. Y la rabia de la discrinación les hizo encerrarse aún más en si mismos hasta el punto de que ya no hay retorno.

No hay retorno. Tienen nacionlidades europeas y viven a caballo entre dos mundos: el occidental, que es más libre pero los rechaza, y su origen, al que se aferran como un clavo ardiendo mediante la religión.

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