Blogia
grullas

Galina

"Budet voiná, budet voiná". "Habrá guerra, habrá guerra" Repetía maquinalmente aquel hombre mayor, que había luchado en la guerra ganada en el 45 y había sobrevivido al cerco de Leningrado. Galina, su hija, me decía que no le hiciera caso, que estaba mayor y ya se le iba la cabeza.

Sin embargo, mientras me acompañaba a su casa en el autobús, me había hablado del miedo, del miedo tremendo que sentía a salir en San Petersburgo más tarde de las seis. Terror cuando veía aproximarse a algunos hombres jóvenes. Y también me prevenía a mí que no abriese la puerta del hotel a ningún desconocido, que preguntase siempre antes, que en mi hotel habían asesinado a un hombre hacía poco. Ella también tenía sus miedos.

Había venido a buscarme al hotel. Yo la había llamado para comunicarle que traía una carta para ella de parte de un pianista que había estado hospedado en su casa hacía unos tres años, mientras estudiaba piano en S.P. Ella se puso muy contenta y enseguida me invitó a cenar a su casa. Era de la minoría turca, morena y afable. De una amabilidad antigua, incluso excesiva para lo que estamos acostumbrados. Inmediatamente pasé a ser su invitada, y eso conllevaba hacer lo posible por que yo me sintiese bien y tratarme a cuerpo de rey.

Yo ya iba mentalizada a no ponerme escrupulosa porque conocía unas cuantas casas rusas y no se distinguían precisamente por su limpieza, o por lo que nosotros, los del sur, entendemos por limpieza. Y me sorprendió encontrarme con una casa cuidadísima, encerada, limpia hasta los extremos. Galina se debía pasar el día sacando brillo, porque los productos de limpieza que tenían en aquella época por allí no eran muy efectivos, que se diga. Ni una sola cucaracha salió a saludarme, como suele ser la costumbre.

Galina resultó ser una cocinera excelente, que de cualquier cosa hacía un manjar. Yo sabía que estaba comiendo "Bushkie nozhki" (muslitos de Bush, el anterior presidente, que había enviado a Rusia, como ayuda humanitaria, excedentes de muslos de pollo congelados para paliar la difícil situación económica), pero aquello sabía a gloria. Fue allí también donde probé por primera vez el arenque crudo (excelente), al que luego me aficioné.

Y el veterano de la guerra del 40, que me preguntaba con una curiosidad casi de niño por mi país, tan lejano, y se acordaba del país de origen de sus antepasados, también tan lejano, comparándolo con el mío, seguía repitiendo su obsesión por la guerra ante el fastidio de su hija.

Me acompañó de nuevo al hotel, muertecita de miedo, porque era un poco tarde. Yo no había encontrado el momento para darle el sobre, y allí, dentro de mi habitación, después de haber sido ambas escrutadas por la "dezhurnaya", se lo entregué. Ella sabía lo que contenía, yo también. Dudó si aceptarlo o no, lo ví en sus ojos, pero debía hacerlo porque también contenía una carta del pianista, a quien ella había tomado mucho cariño. Lo tomó con precaución, con miedo de lo que yo pudiera pensar de ella. No lo abrió, no era necesario.

Entre la necesidad y la dignidad. Las dudas la corrían por dentro y se notaba su lucha interna. En el sobre había dinero, unos doscientos dólares, que para ella representaban casi una pequeña fortuna y la posibilidad de comer un poco mejor en aquellos tiempos de miseria y pobreza, pero le daba una tremenda vergüenza aceptarlos. Como si por eso perdiese su dignidad, como si perdiese lo que ella era. Bajó la mirada, se despidió de mí deprisa, con su afabilidad antigua y se fue.

Sé que llegó bien porque la llamé. Lo que no quiero ni imaginar es el calvario que pudo pasar durante el viaje de vuelta, entre las dudas, la vergüenza y el miedo.

6 comentarios

Fri -

Sí, era un amigo que había vivido en su casa. De todas formas, estas situaciones, cuando se trata de amigos y no de familiares directos, dan pudor, sobre todo a gente como Galina. No era una persona que se sintiera cómoda lamentándose de su pobreza. Es una cuestión de orgullo personal también, aunque creo que es difícil de comprender si no se está pasando por una situación así.

Saludos, Soil.

Soil Takada -

Saludos de nuevo
Ante todo lamento ser tan pesado.
El concepto de dignidad en la sociedad rusa en general es normal, pero yo me refería en particular a Galina, no entiendo que tiene de digno no aceptar algo de un amigo al que se le tiene tanto cariño, ya no hablamos del extranjero capitalista , lo hacemos del amigo (o algo más) que ha vivido en tu casa.
Soy duro de mollera ;)
Sayonara.

Fri -

Gracias, Kiri.

Kiri -

Magnífico retrato, Fri. :-)

Fri -

Yo creo que era una cuestión de dignidad. De hecho, no era la única persona a la que le pasaba aquello porque lo hable con otra gente. La URSS había sido un imperio y les habían hecho creer que eran un imperio frente a occidente. Verse de repente, en la miseria, con todo lo que ellos eran por los suelos y con personas extranjeras,occidentales, dándoles dinero para que pudieran salir adelante un poco mejor era incluso humillante.

Saludos, Soil.

Soil Takada -

Saludos a tod@s.
Gran persona debe ser Galina, esa "amabilidad antigua" como tu la llamas , es algo a lo que no estamos acostumbrados. Aunque parezca de ciencia ficción aun queda gente con ese tipo de amabilidad, cuando estas con ellos hacen que te sientas bien de una forma muy peculiar. Hay algo que no entiendo ¿Por qué esa verguenza en aceptar el sobre? No pienso que sea una cuestion de dignidad, realmente no se.
Sayonara