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Morfina

Paseo entre la vida y la muerte.

El anestesista me miraba fíjamente, de frente, como si quisiera hipnotizarme no sólo con la droga anestésica, sino con su presencia. Lo hacía para tranquilizarme, creo, y lo consiguió. "Le voy a suministrar un dispensador de morfina para el dolor", me dijo, "usted sólo tiene que presionar este botón cada vez que sienta dolor y conseguirá una dosis".

Una hora antes había escuchado los primeros lloros de mi hija. Me la dejaron ver unos instantes y besarla en la frente, aún cubierta de líquido amniótico y sangre. Ella me miró de forma dominante con sólo unos minutos de vida en el exterior. Me reconoció, creo, y supe que ya siempre mandará ella.

Me subieron a la UCI para mantenerme en observación. El peligro ya había pasado, pero estuve a punto de no contarlo. Tensión disparada hasta extremos que los médicos no podían disimular la preocupación. Cesárea de urgencia, dijo el cirujano. Ni siquiera hubo tiempo de que yo firmase una autorización.

Y en la UCI yo no quería ser consciente de nada. Me dolía, más que la operación en sí, el hecho de estar separada de mi hija. 24 horas, dijeron. Morfina. Morfina para soportar el dolor, el físico, se supone, que no el otro. Morfina para intentar superar también ese otro dolor, el no físico, el que duele sin pinchazos ni calambres.

Apreté el botón. Al principio iba bien. La ligera anestesia epidural que me habían puesto (no pudieron ponerme una dosis mayor dado el riesgo, por lo que sentí bastante la operación) iba pasando, y podía mover bien los pies. Después comenzó la incoherencia. Pensamientos incoherentes, de pesadilla, extraños, y yo dándole al botón. Abandonos. Pensaba en abandonos antiguos y recientes. Ausencias que debería entender o haber entendido ya, pero que no entiendo. Y mi cuerpo, casi inmóvil, perforado y rodeado de cables y pantallas.

Otra dosis y parecía que iba a caer en un oscuro pozo. Me negué y me obligué a despertar. Enfrente, un reloj marcaba las horas. Eternas. Horas de vida. Había estado demasiado al borde del Hades como para abandonarme ahora. Estaba contenta. Las dos vivas, separadas por cables y plantas de hospital, pero vivas.

A eso de las tres de la mañana la enfermera me trajo el teléfono para que hablase con la maternidad. Todo muy bien, me dijeron. La niña estaba con su papá, en brazos. Respiré. Emoción. Y el reloj marcaba el tiempo de la incoherencia, del dolor de perderme ese momento, de la alegría de estar viva, de los recuerdos confusos, del shock.

Poco después comenzó la pesadilla. Efectos secundarios de la morfina. Naúseas y vómitos. Horas. Y dolía la cicatriz reciente cada vez que me ponía a vomitar. Dolía de una forma brutal. Fuera la morfina. Era preferible el dolor a lo bestia que las náuseas y los vómitos. Me dieron un calmante distinto.

Se acabó la morfina, y la incoherencia, y esos pensamientos extraños, oníricos. Dejé de apretar el botón. Y es que hay personas (entre las cuales me encuentro) para las que ni las drogas permitidas, en un momento dado, les conceden un respiro.

14 comentarios

Gru -

Gracias, NoA-Eri. Un abrazo.

Eri -

El Viernes estuve viendo "Cascanueces"; me acordé de ti. Os dedico a la nena y a ti el nº del ballet chino. Muacks x mil.

NoA -

Bueno nena, te mando un abrazo, menuda experiencia.
Lo mejor: éso que las dos estáis bien.
Muchos muas.

Gru -

No, muy recuperada no ando, pero bueno, se intenta. Gracias Alsen.

Alsen Bert -

Iba a escribir otra idea pero ¿dos post en dos días? Niña, tú estás "recuperada" ya. Me alegra volver a leerte y me encanta escribir a post vencido.

Achuchón a la pequeña, el justo y necesario para saber que soy yo, otro escorpión.

Gru -

Bambi, realmente lo viví así. Soy bastante flemática para las situaciones graves, pero luego sufro de lo que se denomina "estress postraumático", o sea las secuelas, que son bastante duras. Este intento de escribirlo (aunque sea de esta forma distante) es para huir un poco de estas secuelas, a ver si me sirve de algo. Necesito hablar de ello.

Miranda, en mi situación, que mi hija estuviese con su padre me calmaba mucho porque así no la veía tan sola en neonatología. Esa imagen de soledad recién nacida me hablaba de abandono (aunque fuera involuntario)y me era imposible de soportar. Él lo hizo muy bien.

Sí, Soil, no puedo tomar ningún tipo de calmante (lactancia), pero con ella me calmo.

Gru -

Jajajaja Lo que me he reído reído con lo del Coco. Duquena, creo que Parapo se refería a lo de que mi hija me va a mandar, que yo lo sé. ;-) El instinto, y eso.

Soil Takada -

Vaya... duros momentos has tenido que vivir :( , lo siento.
Supongo que ni el calmante más fuerte te hará olvidarte del dolor tanto como cuando sostienes a tu niña en brazos , el mejor calmante.

Duquena -

¿Se presta a equívocos el comentario? "Coco" no es el recién nacido, el "tirano", ni siquiera el bebé, sino la cabeza o, dicho científicamente, el tarro.

parapo -

el nacimiento de un tirano... inquietante idea, asustaría si no fuera tan tan habitual (y tan deseable).

Miranda -

Bueno, bien.
Todo suena a vivo a lo bestia.
Así está bien.
Eso del dormir y las pesadillas daba miedo, se puede entonces entender ese precipicio del abandono. Da un miedo pavoroso.

Me ha asombrado la aparición del padre con la niña, ha sido una especie de imagen estelar, como con luz brillante entre una nebulosa de cosas y sentimientos.
Bien, que duela todo...estás viva.

Doblemente, claro.

Beso.

Bambolia -

Dura experiencia, Gru. Muy dura, :-/

Mantener la lucidez ante algo así y que no te desborde el miedo y el temor ha de ser sumamente difícil.

Me alegro de que todo, al final, saliese bien.

Lo cuentas como si lo hubieses visto desde fuera, y es chocante, porque parece que tú no estuvieses involucrada en el suceso. A veces, para no hundirse, es necesario poner distancia y revivir lo acontecido como si se fuese un mero espectador, para no exponer más las emociones.

Duquena -

Me ha salido comentario anónimo, pero era mío.

Anónimo -

Qué se puede decir? Un coco como el que se deduce de estos textos promete más sufrimientos, más gozos, también más análisis (no siempre deseados: ¡un respiro, por favor!)de los sufrimientos y de los gozos. Más facetas vamos. Es necesario darse un respiro, pero ya que no se baja la guardia, mejor integrar toda esta riqueza.

No creo ser críptico, pero uno no siempre es capaz de reflejar por escrito la complejidad.

Suerte, gru, y, repito, a disfrutar.