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grullas

Leo

Creo que la conocí en el tren "Estrella Roja", no antes, porque en la estación estaba demasiado preocupada en no perder la maleta y no mirar demasiado a las niñas prostitutas, visión un tanto dura, desoladora y desconcertante. El primer recuerdo que tengo de ella fue en el vagón de madera, en el compartimento que me tocó compartir con otra señora, una argentina enorme, no sólo en su cuerpo sino también en su simpatía.

Leo me sometió a un interrogatorio de inmediato. Miraba muy fijo, de una forma siniestra y torva. Daban miedo sus grandes ojos oscuros, su pelo corto, tan repeinado, y ese extraño abrigo verde de paño que llevaba en pleno verano y le quedaba grande, ancho de hombros. Me preguntó sobre mi familia, sobre qué hacía yo viajando de Moscú a San Petersburgo y dejó caer su rabia sobre lo que pensaba de mi país. Al final, la otra argentina la echó porque quería dormir.

Y comenzaron los días de guías (correo clandestino entre los guías, otra historia para contar), palacios, malaquita, marfil, ámbar, ostentación, oros, joyas, pinturas impresionistas y cucarachas correteando por el baño del hotel. Y Leo siempre intentando imponerse, protestando, exigiendo, dando órdenes, entrometiéndose en asuntos que no eran de ella. Insoportable, embutida siempre en aquel abrigo verde que no se debía quitar ni para dormir.

Y llegó el día de la vuelta a Moscú. Faltaban unas horas para coger el tren y yo pensaba dedicar la mañana a hacer algunas compras en una de esas tiendas de dependientas antipáticas como bull-dogs, herencia soviética. Llamaron a la puerta de mi habitación. Era Leo. Venía un tanto encolerizada.

La razón de su cólera, según me explicó mientras me escrutaba con sus ojos torvos, era que la guía se negaba a llevarla a un palacio que faltaba por ver y que se encontraba a las afueras de San Petersburgo. Se había aprendido de memoria la guía y no quería perderse una sola moldura histórica. Me propuso a mí que la acompañara (previo pago), porque tenía miedo de coger un taxi sin saber el idioma. Yo le dije que no. Ella insitió. Le dije que podíamos perder el tren porque los taxis no funcionaban allí de una forma regular y fiable. Volvió a insistir en que ella no se iba de San Petersburgo sin ver ese palacio y me exigió que la llevara. De nuevo me negué. Entonces empezó a gritarme desaforadamente toda una serie de incoherencias, entre otras, mi terrible falta de interés por la cultura y toda una serie de lindezas. La acompañé hasta la puerta. Se fue dando un portazo.

Unas horas después, cuando me disponía a sacar la maleta para ir a la estación, escuché un alboroto de gritos en el pasillo. Abrí la puerta de la habitación y curioseé a ver qué pasaba. Leo estaba en el mostrador de la "dezhurnaya" (empleada de guardia que se dedica la vigilancia de planta en los hoteles y residencias) y ambas gritaban como posesas ante unos cuantos testigos incapaces de intervenir. Una en español y la otra en ruso, con lo que no había comunicación posible. Salí. Leo me vió y por primera vez vi una mirada suplicante en sus ojos. Casualmente iba dirigida a mí. Pregunté qué pasaba y al ver que alguien podía facilitar la comunicación ambas se avinieron a hablar.

Resultó que Leo había arrancado un cuadrito muy mono que había en su habitación, enmarcado con primor, y se lo quería llevar como recuerdo porque pensaba que era una oferta del hotel a los clientes. Resultó que la "dezhurnaya" la había pillado in-fraganti. Resultó que el cuadro en cuestión, era el plan de evacuación del hotel en caso de incendio, lo cual es muy decorativo y tal y seguro que hace mejor servicio fuera del hotel, claro.

Así que me tocó convencer a la "dezhurnaya" de que Leo no sabía lo que era el cuadro y que no había actuado con mala fe, sino ingenuamente, y que la dejara irse, sin el cuadro, claro. Mientras, Leo insistía en que "¿qué más les daba que se llevara ese cuadrito como recuerdo?", pero yo traducía lo que más convenía (o sea que no traducía), no lo que ella decía, claro. Al final, la "dezhurnaya" hizo como que se creía lo que yo decía, y sin mediar soborno (lo cual es todo un ejercicio de buena voluntad) la dejó marchar.

En el tren Leo hizo crack. Yo no estaba presente porque ocurrió en otro compartimento, pero me contaron que comenzó a llorar desconsoladamente y contó su historia. Había tenido un hijo, homosexual, y ella, al descubrir aquello, se negó a aceptarlo y lo echó de su lado para siempre. Hacía un año que su hijo había muerto de SIDA. Desde entonces, llevaba siempre puesto aquel abrigo de paño verde que había pertenecido a su hijo.

8 comentarios

Fri -

Bueno, gracias a todos, pero no es para tanto, la verdad. No hay que exagerar...

Aber, yo soy de complexión media (muy media), y Leo era pequeñaja, la única grande era la argentina oronda de la que hablo en el primer párrafo, que valía por cuatro, en todos los sentidos.

Y sí, tengo otro caso surrealista de un abrigo verde, aunque este no es siniestro.

Por cierto, aclaro que si ayudé a la tal Leo en el entuerto de la "dezhurnaya" no fue por falta de ganas de que le echaran una buena bronca y le hicieran pagar el cuadrito, sino porque semejante tontuna suya nos podía retrasar e incluso podíamos perder el tren si la vigilanta y Leo se ponían farrucas. Pura conveniencia.

Duquena -

Magnífico relato, Fri, estupendo de verdad. Leo, o de como lo que empieza como una simpática historia casi costumbrista acaba aterrizando en plena vida real.

Soil Takada -

Saludos a tod@s.
Una magnífica historia, semejantes historias en la vida deben forjar a una persona similar. Felicidades.
Sayonara

Aber -

¿A ti también te persiguen los abrigos verdes?

parapo -

:) bravo!

Fri -

Bueno, gracias a ambos. Es una historia real que ocurrió hace muchos años. Tengo otra historia sobre un abrigo verde, pero es muy distinta.

Aber -

Un gran relato, tan grande como su protagonista. Y muy bien contado, ¡chapeau, muñeca! He disfrutado mucho.

Kiri -

Fri, menudo pedazo de historia. Creo que podrías convertirlo en un relato, sería genial.
Desde luego, la vida a veces es una grandísima puta, pero no una puta niña como las de la estación, sino una puta vieja con demasiados recovecos.
Hay que ver lo que haces reflexionar a veces, reina.

Un besazo mañanero grande.

Me llevo el post para mi colección particular, con tu permiso. ;-)