Sapogui
Hablando y hablando de otros temas. Llevábamos media hora de risas y conversación rápida, cómplice, cuando mi hermana ha pronunciado la palabra "botas". Pero no ha sido sólo esa palabra, sino la compañía: Las botas que le hacían a Gorki en Italia, no, no estas botas. Las botas de Z., pronunciadas después. Z., personaje basado en alguien real, muy real que vivió allá por los años de la Revolución Rusa, y que era un burgués encantador, guapo y listo, que por causas del caos de la guerra civil entre el Ejército Blanco y el Rojo, se metió a bandido, delincuente juvenil, y fue reeducado en una colonia comunista en Ucrania.
Ah, Z., sus botas. Erotismo sutil. Sin una sóla palabra erótica ni tan siquiera la intención, M., el reeducador que luego escribió un libro sobre la hazaña de reeducar delincuentes en colonias comunistas, no tenía más que escribir Z. para que las pupilas se nos dilatasen y deseásemos fehacientemente que el tiempo nos transportara a aquellos años, a Jarkov, con Z., su forma de entornar los ojos y sus botas, su forma de ponerse aquellas magníficas botas de caña alta. No me hubiera importado ser delincuente juvenil y tragarme las purgas de Stalin con tal de ver a Z., el cual, si mal no recuerdo, en la época en la que yo leía el libro debía de andar ya por los ochenta años.
Sapogui, me vino a la cabeza. Así las hubiera llamado él a sus botas. Sapogui, y recordé otras botas, tantas botas masculinas míticas en la literatura. Y agradecí el haber tenido la oportunidad de aprender a sentir ese erotismo sutil, de lo no dicho, a través de la pluma de los clásicos. ¿Cuántas miradas, cuántas botas descalzadas tenían más valor erótico que todo eso tan explícito y soez que leemos, acostumbrados ya, y nos resbala como una fast-food de consumo rápido y olvido?
Una mirada del Werther (lloré un montón, menudo trauma ¿lloraría también hoy), el nerviosismo de Emma Bovary, el crack final de Onieguin, el acercamiento de Raskolnikov a Sonia, un roce en la mano, la visión de un pie y sus medias o el sonido del frú-frú de un vestido de encajes. Gilberte. Y botas de húsares.
Cuánto erotismo sutil e inmenso, eterno, eterno.
Cuando volvía hoy de la calle me senté en el sofá, aún con las botas puestas, y mientras bajaba la cremallera que rozaba suavemente las medias y acariciaba la piel con un leve cosquilleo cálido, sentía en el hecho, aparentemente banal, de despojarme de mis botas negras de caña alta toda la fuerza de las viriles y elegantes botas de Z.
Ah, Z., sus botas. Erotismo sutil. Sin una sóla palabra erótica ni tan siquiera la intención, M., el reeducador que luego escribió un libro sobre la hazaña de reeducar delincuentes en colonias comunistas, no tenía más que escribir Z. para que las pupilas se nos dilatasen y deseásemos fehacientemente que el tiempo nos transportara a aquellos años, a Jarkov, con Z., su forma de entornar los ojos y sus botas, su forma de ponerse aquellas magníficas botas de caña alta. No me hubiera importado ser delincuente juvenil y tragarme las purgas de Stalin con tal de ver a Z., el cual, si mal no recuerdo, en la época en la que yo leía el libro debía de andar ya por los ochenta años.
Sapogui, me vino a la cabeza. Así las hubiera llamado él a sus botas. Sapogui, y recordé otras botas, tantas botas masculinas míticas en la literatura. Y agradecí el haber tenido la oportunidad de aprender a sentir ese erotismo sutil, de lo no dicho, a través de la pluma de los clásicos. ¿Cuántas miradas, cuántas botas descalzadas tenían más valor erótico que todo eso tan explícito y soez que leemos, acostumbrados ya, y nos resbala como una fast-food de consumo rápido y olvido?
Una mirada del Werther (lloré un montón, menudo trauma ¿lloraría también hoy), el nerviosismo de Emma Bovary, el crack final de Onieguin, el acercamiento de Raskolnikov a Sonia, un roce en la mano, la visión de un pie y sus medias o el sonido del frú-frú de un vestido de encajes. Gilberte. Y botas de húsares.
Cuánto erotismo sutil e inmenso, eterno, eterno.
Cuando volvía hoy de la calle me senté en el sofá, aún con las botas puestas, y mientras bajaba la cremallera que rozaba suavemente las medias y acariciaba la piel con un leve cosquilleo cálido, sentía en el hecho, aparentemente banal, de despojarme de mis botas negras de caña alta toda la fuerza de las viriles y elegantes botas de Z.
14 comentarios
Qhrlhy -
Qhrlhy
Gru -
Por cierto, no hemos hablado de marcas.
Qhrlhy -
Qhrlhy
Gru -
Ya he pisado la baldosa.
bErNaR -
No hay problema siempre y cuando exista traducción y edición española porque creo que conozco las tres mejores webs de libros descatalogados y "agotados"
Lo segundo lo veo más difícil y fíjate tú que en COU me dio por intentar aprender ruso; se quedó en mero intento.
Ah, he reconstituido el baldosín pero ahora queda lo mejor, llenarlo...
Gracias, saludos, no guiños, no besos, no achuchones.
Gru -
Pensaré en las chancletas, Kiri, ya que lo dices deben tener un enorme poder erótico que aún no he descubierto.
Kiri -
:-p
bErNaR -
¿Tengo que sacar el bono del mes grullero para que me des el título?
Si está caro, déjalo, que enero viene achuchando.
Un saludo.
Gru -
La Colonia de delincuentes no era un Gulag (campo de trabajos forzados), sino un reformatorio de educación socialista. Los delincuentes listos, que supieron ver lo que venía, se adaptaron al sistema y, muy posiblemente, le sacaron tajada, pero de otros muchos fue imposible la reinserción. Una mezcla de ternura y disciplina, así como el temor que los delincuentes sentían por el educador fue la clave en este caso, método muy cuestionado ahora por la pedagogía, en fin. A mí me moló mucho el libro y me lo he leído muchas veces.
bErNar -
bErNaR -
Hoy cuando he intentado entrar tampoco he podido. Bueno, miento, sí he podido pero la han destrozado, todo descolocado, suprimidos archivos, ningún link funcionaba, la web partida por la mitad y sólo he pensado que ha sido obra de un hijo de perra, de un hacker conocido pero también me extraña esto en blogger.
En fin, me replanteo con dudas volver a empezar porque estoy enfrascado en un proyecto que me atrae mucho y chupa, succiona y bebe mucho tiempo.
Pero no descarto nada porque hoy mientras recordaba el destrozo me ha dado, no sé, no es pena pero si, yo que sé...
Os aviso cuando me lance con otro cuaderno.
Un saludo.
Gru -
Vaya, Bernar, debes haber cambiado de marca de whisky, porque el de antes te producía efectos secundarios. Por cierto, no puedo entrar en tu baldosa ¿qué le has hecho?
Zadorov (en el post no he puesto su nombre para que no salga en el google) fue reeducado y estudió una ingeniería. Después, se fue a Siberia a trabajar (no como deportado, que hay una diferencia).
Luego sigo y te cuento, que hace sol y me voy a sacar de paseo a la chiquitina.
bErNaR -
Pero o ha sido la paternidad o el whisky que me acabo de tomar con mi mujer -ella no bebe- lo que me ha impedido describirlo.
Una pregunta, Gru, además de estar en un Gulag ese Z, ¿lo reeducaron? ¿Con botas o sin ellas?
parapo -