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La reina negra de G.mager

Gucci. De los pies a la cabeza vestida de Gucci. Pero no se sabía que fuera vestida de Gucci a no ser que ella lo proclamara a los cuatro vientos, lo cual era su tarjeta de presentación. Cubana y negra, casada con un alemán y viviendo en un rico país centroeuropeo. Esa sería su definición estándar y ausente de valoraciones subjetivas.

Coincidía con ella en la cafetería de un centro de enseñanza de lenguas. No recuerdo la primera vez que la vi, pero sí que en una ocasión me fijé en ella porque alguien dijo que estaba buena. Y sí, no estaba nada mal. Su acento cubano me hacía gracia y escuchaba lo que decía con atención. Hablaba mucho de los españoles, aunque apenas conocía España, más que un par de viajes en plan turista playera.

Pronto empecé a conversar con ella. Creo que la palabra Gucci la empezó a pronunciar en la segunda o tercera frase que me dirigió. Su ego era Gucci, como si se hubiera apoderado diabólicamente de su persona. Siguió diciéndome que era muy religiosa, católica, y que le rezaba a la Virgen de Mezdugorjie (nueva adquisición milagrera en la ex-yugoslavia ex-atea), Lo siguiente fue decir que odiaba a los portugueses.

"Soy la reina negra de G.mager"- decía con orgullo- "las portuguesas me odian porque tengo un marido que me sube la compra hasta el piso. Claro, como soy negra les da rabia. Pero yo me las paso a todas por el fondillo. Qué me odien si quieren, que yo voy con la cabeza muy alta y además no tengo un marido que me pegue, como ellas". Y yo la miraba con curiosidad, con ojos rientes, preguntándome en qué tipo de corrala libraba semejantes batallas, y escuchaba su ristra de palabras rápidas que, con desparpajo, casi siempre decían lo mismo, repitiendo las consignas que debía creerse para darse confianza y seguridad en sí misma.

Tres hijas tenía. Cada una de un hombre diferente, todos blancos porque según propia confesión no le gustaban los de su propia raza. La primera era hija de un ruso que había sido enviado a Cuba. Se coló en la base de los rusos y acabó naciendo la criatura, que nunca conoció a su padre. La segunda era hija de su primer marido, un alemán del que se separó por maltrato, y la tercera el fruto de su unión actual, con otro alemán. Aún así, las niñas no le habían salido rubias.

Y el forro de Gucci, que parecía encumbrarla a lo más alto, o es posible que así se lo pareciera a ella, se resquebrajaba por momentos cuando iba conociendo detalles de una vida indefinible en su intento de sobrevivir pese a todo.

El problema, su mayor problema es que era "negra". Y sí, poniéndonos en la realidad y sabiendo cómo se las gasta este mundo con el racismo eso es un problema. Pero así como la negritud era un problema también lo era la solución a todos sus males y la excusa perfecta para imponerse cuando se la dejaba: era negra para lo que le convenía.

Era la excusa de decir "no me quieres porque soy negra", cuando a lo mejor se podría también decir "no me quieres porque no me porto bien contigo". Pero la segunda opción nunca se le ocurría y todo lo achacaba a su color, así como consideraba que la importancia de las personas, y la suya misma, se medía por ir vestida por una marca de lujo.

Hablar con ella me suponía siempre caer en una extraña contradicción. Por una parte entendía sus dificultades en un mundo de blancos, en el que el color de su piel le resultaba una desventaja, pero por otra parte sentía la excusa perfecta que ella empleaba para todo aquello que le disgustase o no le conviniese: "Es que soy negra". Y también entendía que usase eso como forma de imponerse en un momento dado ya que todos buscamos formas de imponernos a los demás, pero si yo me dejaba llevar por su victimismo la que estaría en desventaja sería yo. Más de una vez me vi en esa desventaja, acusada por el hecho de ser blanca, un hecho tan aleatorio como ser negra, amarilla o tener los ojos de un determinado color. Y consideraba que abusar de mi amabilidad, era algo que se le debía en cierto modo, ya que los blancos hemos abusado de otras razas.

Y era curioso porque yo la entendía, o parecía entenderla. Comprendía su rabia, su deseo de decir "aquí estoy yo", su porte estirado, su actitud de reina frente a aquellos que ella consideraba la odiaban, aunque quizás no tanto como ella creía, su ego desmesurado en ocasiones y Gucci como máscara, como medio para darse confianza y lograr sobrevivir en un mundo hostil. Pero llegó un momento en el que el ser blanca se convirtió para mí en una desventaja, y claro, yo también tenía que sobrevivir.

"Soy la Reina Negra de G.mager", recuerdo. Y la recuerdo de forma amable, con risas, con simpatía. Porque supe retirarme a tiempo.

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