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Sapogui

Hablando y hablando de otros temas. Llevábamos media hora de risas y conversación rápida, cómplice, cuando mi hermana ha pronunciado la palabra "botas". Pero no ha sido sólo esa palabra, sino la compañía: Las botas que le hacían a Gorki en Italia, no, no estas botas. Las botas de Z., pronunciadas después. Z., personaje basado en alguien real, muy real que vivió allá por los años de la Revolución Rusa, y que era un burgués encantador, guapo y listo, que por causas del caos de la guerra civil entre el Ejército Blanco y el Rojo, se metió a bandido, delincuente juvenil, y fue reeducado en una colonia comunista en Ucrania.

Ah, Z., sus botas. Erotismo sutil. Sin una sóla palabra erótica ni tan siquiera la intención, M., el reeducador que luego escribió un libro sobre la hazaña de reeducar delincuentes en colonias comunistas, no tenía más que escribir Z. para que las pupilas se nos dilatasen y deseásemos fehacientemente que el tiempo nos transportara a aquellos años, a Jarkov, con Z., su forma de entornar los ojos y sus botas, su forma de ponerse aquellas magníficas botas de caña alta. No me hubiera importado ser delincuente juvenil y tragarme las purgas de Stalin con tal de ver a Z., el cual, si mal no recuerdo, en la época en la que yo leía el libro debía de andar ya por los ochenta años.

Sapogui, me vino a la cabeza. Así las hubiera llamado él a sus botas. Sapogui, y recordé otras botas, tantas botas masculinas míticas en la literatura. Y agradecí el haber tenido la oportunidad de aprender a sentir ese erotismo sutil, de lo no dicho, a través de la pluma de los clásicos. ¿Cuántas miradas, cuántas botas descalzadas tenían más valor erótico que todo eso tan explícito y soez que leemos, acostumbrados ya, y nos resbala como una fast-food de consumo rápido y olvido?

Una mirada del Werther (lloré un montón, menudo trauma ¿lloraría también hoy), el nerviosismo de Emma Bovary, el crack final de Onieguin, el acercamiento de Raskolnikov a Sonia, un roce en la mano, la visión de un pie y sus medias o el sonido del frú-frú de un vestido de encajes. Gilberte. Y botas de húsares.

Cuánto erotismo sutil e inmenso, eterno, eterno.

Cuando volvía hoy de la calle me senté en el sofá, aún con las botas puestas, y mientras bajaba la cremallera que rozaba suavemente las medias y acariciaba la piel con un leve cosquilleo cálido, sentía en el hecho, aparentemente banal, de despojarme de mis botas negras de caña alta toda la fuerza de las viriles y elegantes botas de Z.

Nueva definición

Nueva definición

Y de repente una se sorprende siendo lo que no se creía que se era. Flemática, sí, eso creía. Hasta que algo hace saltar por los aires esa flema en un instante y una se queda atontada, contando estrellitas como en los cómics, y se dice con vocecilla intranquila "pero yo no era esto..."

Subida en las plataformas de la flema, parece que el río de lava no la afecta a una hasta que llega a los talones. El problema es que las plataformas se derriten con el calor. ¿De qué hacen las plataformas hoy en día, que no aguantan nada? Una ya no puede ser ni Drag-Queen en condiciones.

Creemos que somos una cosa y nos sorprendemos haciendo lo contrario de lo que se supone deberíamos hacer. Eso nos pasa por creer. Me pasa por creer. Hubiera sido más sencillo no ponerme a creer ni a teorizar sobre ello, ya que ahora me tengo que inventar unas teorías nuevas, con lo cansado que es eso y el poco tiempo que tengo. Y el problema es qué me invento ahora. La falta de sueño me ha afectado la imaginación seriamente.

Me puedo inventar que soy un escifozoario y a partir de ahí sacar una serie de características que correspondan al carácter de los escifozoarios y redefinirme con ellas. Todo sea por definirme. Al fin y al cabo, toda autodefinición es tramposa por subjetiva e incompleta. ¿Cuántas cosas nos ocultamos cuando nos autodefinimos? ¿En cuántas cosas mentimos, ya sea de una forma inconsciente o semiconsciente? Si no nos mintiéramos probablemente (como dijo alguien que ahora no recuerdo) dejaríamos de saludarnos.

Ahora que he decidido ser un escifozoario voy a inventarme una serie de características que me molen para autodefirme y me las voy a creer a pies juntillas. ¿Mentirijillas? Por favor, ¿cómo osáis pensar eso? Los escifozoarios son los seres más sinceros que existen. Lo digo yo, que soy uno de ellos.

A ver, características:

Dentro de los escifozoarios me pido ser un alcálefo, y dentro de los alcálefos decido ser una Pelagia Noctiluca, o sea, una cubomedusa que vive a profundidades variables. Tiene coloración rosaceomorada y la umbrela salpicada de puntos negros. El manubrio (¡Por Dios! ¿Tengo yo de eso?) está formado por cuatro largos y robustos brazos bucales.

Mola lo de la coloración rosáceo morada. Se lleva mucho esta temporada.

Y bueno, lo de las características psicológicas lo pongo ya mismo, por supuesto:

Abracadabrante, polimórfica, invariable, urticante y vibrátil.

Y además, encima tengo ocho tentáculos.

Apadrine un avestruz

Apadrine un avestruz

Hace unos días (y hoy, otra vez), en la caja del supermercado, mientras me disponía a pagar, leí en anuncio que la cadena de supermercados se ofrecía a servir de intermediario en las donaciones que los clientes quisieran hacer a los damnificados por el maremoto del Oceano Índico. Es decir, en un gesto de generosidad sin precedentes, la cadena de supermercados proponía a los clientes que dijeran a la cajera el importe que deseaban donar y lo entregasen allí mismo, ya que el supermercado se encargaría de hacerlo llegar a una sociedad que iba a encargarse de convertirlo en ayuda humanitaria. Me encantó la solidaria idea, por supuesto porque ¿para qué va a donar un importe de sus beneficios el supermercado si ya están ahí los clientes, que comprando los manjares de la cena de Nochevieja se iban a sentir culpables de la miseria y el horror en que que han caído millones de personas? Porque, efectivamente, los clientes occidentales, esos seres insolidarios que sólo piensan en consumir y consumir, están ahí para que contínuamente se les recuerde lo culpables y responsables que son de lo que ocurre en el mundo. Sin embargo, las empresas, las grandes multinacionales que subemplean y esclavizan finamente a millones de personas en los países más pobres, esas empresas que compran lo más barato para sacar el máximo beneficio no tienen ninguna responsabilidad en nada, porque tan sólo responden a la demanda del cliente perverso, que quiere obtener los productos a bajo precio y para eso les piden que esclavicen a cuantas más personas del tercer mundo posibles.

Son los clientes de los supermercados, sin duda alguna, los que deben hacer frente a una situación de emergencia como esta. Ni los Estados,ni las grandes multinacionales, ni las grandes organizaciones, tienen realmente una responsabilidad, aunque sean ellos los que realmente disponen de los medios para ayudar. Porque tan sólo los grandes ejércitos poseen los helicópteros y la infraestructura necesaria como para ocuparse de esa enorme población, y las grandes multinacionales podrían tener la deferencia de donar parte de sus productos, algo que no les resulte pernicioso en el balance de resultados, pero "algo", para socorrer a esa gente. Sin embargo, realmente es la gente de a pie la que debe donar a ONG privadas cada vez que ocurre una catástrofe o hay algún problema, o sea, cada dos por tres. Es que somos consumistas, y claro, hay que pagar por ello. Ser consumista es algo terrible, aunque sea simplemente una manipulación de los instintos que tenemos por parte de la publicidad para conseguir que compremos todo aquello que no necesitamos. Manipulados, sí, y responsables. Los accionistas, sin embargo, no son responsables: responden a la demanda del cliente.

Tal y como está la cosa, siendo bombardeada por ONGs diversas todo el día, para que dé mi dinero por tal u otra causa, que contribuya y calme mi conciencia de consumista malvada, lacra social, yo me manifiesto partidaria de que se aumenten los impuestos y que ese aumento vaya destinado a ayuda al tercer mundo en emergencias y desarrollo. 0,7%, sí, el famoso 0,7% que nunca se dona y del que tanto se habla. Pero que sea el Estado (o una organización estilo Cruz Roja), con sus medios, el que se ocupe, y no esas ONG calmaconciencias de oscura contabilidad, en muchos casos (aunque hay otras de intachable proceder), y en las que se pierde cantidad de ayuda a través de los intermediarios, tan altruistas ellos *. Porque me cansa tanta ONG pidiendo dinero para todo, bombardeando contínuamente en las conciencias, ya bombardeadas, como si los occidentales con cierto nivel adquisitivo no sintiésemos ningún tipo de empatía con los que sufren la miseria y ellos nos lo tuviesen que recordar. Primero te intentan vender todo lo posible y luego te recuerdan que eres un desgraciado y malvado consumista por haber comprado. La conciencia de occidente. Qué círculo vicioso.

Mientras tanto, he decidido montar una ONG de oscura contabilidad por eso de tener una ONG propia con la que recordaros a vosotros, oh, consumistas de occidente, nietos y bisnietos de colonizadores, la conciencia. Lo importante es que vaciéis vuestras tarjetas de crédito y así os calméis, porque ese dinero no os sirve para nada más que para daros disgustos y sin él vais a estar mucho mejor, os lo garantizo. Podéis así, además, tener el orgullo de apadrinar a una hermosa avestruz huérfana, de mirada triste, para que pueda tener su arnés y silla de montar y ser una avestruz de carreras. Una vez al año, la avestruz os enviará un huevo autografiado con la huella de su pezuña en señal de agradecimiento eterno y vuestros corazones se verán colmados porque con tan pequeña cantidad de dinero (que al fin y al cabo son un par de cañas)estáis haciendo a un avestruz feliz. Apadrine un avestruz.

*Con esto, quiero dejar claro que creo que muchos de los voluntarios de ONGs hacen un trabajo necesario y excelente, y que no los critico precisamente a ellos. Sin embargo, creo que son los Estados quienes deben ocuparse y quienes deben exigir que se cumplan los derechos humanos.

Presentación

Hola, me llamo Shannon y soy blogger. Estoy muy orgullosa de ser blogger porque, desde que descubrí la sensación de ser blogger, me ha cambiado la vida. Tan sólo descubrí una sensación parecida el día que comencé a usar compresas aladas, día que marqué en mi calendario como el comienzo de una nueva era. Os cuento mi vida, mis gustos y mis aficciones:

Soy una chica normal, muy normal, y de las normales, de gustos normales y aficciones normales. Y entonces, los 2.534 bloggers que leéis esta página (os vigilo por las estadísticas) me preguntaréis al unísono ¿y entonces, si eres tan normal, qué tienes que contar? Y yo os contestaré: pues una vida normal, vamos. Porque si soy normal soy normal.

Mi vida siempre ha sido muy normal. Me gustan las cosas normales y mis aficciones son muy normales: "Ver el cine comiendo palomitas, cortarme las uñas de los pies, leer a Arcadi Espada, reciclar el filtro de la campana de la cocina, montar en bici, echarle ácido sulfúrico a la ropa tendida de las vecinas para que tenga agujeros y puedan transpirar bien, ver "Ana y los siete", denunciar a los mendigos públicamente por no haber decorado su casa por Navidad. Lo normal, vamos.

Tengo una mascota: Y os preguntaréis, ¿será un perro, un loro un periquito o un gato? Pues no, nada exótico ni fuera de lo común. Mi mascota es muy normal. Se llama Bernardette y es un avestruz: un avestruz con gustos y preferencias normales. Toma mucho café y se dedica a espiar las bragas de las vecinas (después se lo suele contar por carta). Es un avestruz lesbiana. Lo normal, vamos.

Y ahora, en estos precisos momentos, estoy dedicándome a montar mi granja de avestruces solidarias. Ya os hablaré de este proyecto que es muy normal. (Bernardette, preséntate ante estos amables señores, anda) Habla mi mascota:

Cuchi-cuchi, de empiringotados cabestros se teñía la brisa fémina de la tarde, juas.

Ha querido decir: "Hola, ¿qué tal? me llamo Bernardette. Encantada de saludarlos"

Gracias, Bernardette, tú siempre tan atenta. Bueno, pues ya conocen a mi mascota. Ahora me voy que tengo que echarle spray en las plumas para darles brillo, Chanel por supuesto, que es muy exigente.*

*Dedicado, con cariño irónico, a Alsen-Bert, por casi tres años de desconocimiento virtual."

Allumeuse

Fue en una fiesta, hace ya algún tiempo, cuando la ví. Se presentó sonriendo, aunque con cierto nerviosismo que delataba una inseguridad que no le era posible disimular. Rostro bonito, agradable, muy maquillado. Iba vestida con un pantalón pirata y una camisa abierta que dejaba ver una especie de minisujetador que sujetaba, a duras penas, unos senos orondos (como balones de rugby" (esa era la metáfora preferida de un escritor de ciencia ficción del que leí una novela hace años, todos los senos eran "balones de rugby", muy americano y tal).

Y siguió la fiesta con el transcurso habitual de las fiestas que se dan en ninguna parte para que se diviertan o, al menos lo finjan, aquellos que están en ninguna parte. Unos, callados, con el vaso de licor en la mano, otros hablando de banalidades, otros contando el último chiste idiota sin gracia mientras los demás ríen a coro sin gracia, otros bailando por hacer algo. Y la mayoría, criticando a los demás, ya sea de forma explícita y en directo, es decir, en voz alta y en el momento, o de forma implícita y en diferido: guardándoselo para después. Ella bailaba de forma extravagante y excesiva, como si fuera su última fiesta, como si le fuera la vida en ello.

"Allumeuse" dijo Valéry. "Es la típica allumeuse; en todas las fiestas hay una". Y sorbió el vaso de licor, que sabía no debía tomar porque al día siguiente tenía una carrera, y como deportista pagado por el Estado de un país centroeuropeo, se supone (es un decir) que debía ser más responsable para defender como fondista sobrio los colores de su bandera (aprovecho ahora que no me oyes ni me entiendes para criticarte, Valéry, querido, pero es sin acritud, tan sólo por criticar y eso). La miraba como si quisiera ser "allumado" allí mismo pero no se atreviera: Ella había llegado con un viejo rico, rentista, que lucía una panza proporcional a los millones que debía tener guardados en el banco.

Y seguimos hablando de cosas banales. Valéry jugaba a sacarnos fotos con su recién estrenada cámara digital. Philippe, el mariquita francés (también figura indispensable en toda fiesta que se precie) dueño de la preciosísima Maison de Maître Art-Déco donde se daba la fiesta subía, bajaba, venía, se iba, sonreía, saludaba, se presentaba, nos preguntaba y todo ello en un fantástico despliegue de sí mismo dedicado a demostrarnos lo fabuloso que era. Y seguro que sigue siendo fabuloso, no lo dudo: todos los mariquitas franceses que conozco son fabulosos a la par que tienen un acento encantadoramente burgués. Y la allumeuse, en la zona reservada para el baile, ya en sujetador, gritaba "Joyeux anniversaire" de una forma tan desangelada e histérica, que nos dibujaba una tímida sonrisa, entre conmiseración, ironía y sorpresa.

Allumeuse parecía empeñada en sacarme para que yo bailara. Quizás porque yo le sonreía. Nunca he mirado con recelo a las allumeuses. Posiblemente sea porque no compartimos territorio de caza; no somos competencia. Entiendo que necesitan seducir, como todos, porque sé que la sensualidad y la seducción son dos pilares fundamentales en mi vida, y lo intentan con las armas a su alcance: ellas tienen balones de rugby, yo tengo mi granja de avestruces. Balones de rugby y granjas de avestruces no compiten en el mismo mercado, es evidente. Le dije que no. Insistía. Al final, salí de mala gana. Ella gritaba, yo saqué mi sonrisa fría de circunstancias y fingí como que le hacía caso y bailaba un poco. Pronto me escurrí entre un grupo de musculados ruandeses, go-gos y modelos o algo así. Una ruandesa espectacular bailaba como una anguila ritmos que son imposibles de seguir para el oído melódico europeo. Me enteré de que la ruandesa estaba casada con un belga, que la observaba mientras ella devoraba sensualmente a otro hermosísismo ruandés lánguido, de grandes ojos y largos brazos, que en teoría, según ella decía era su hermano. Después de contemplar el amago de incesto bajé al comedor para llegar a tiempo de escuchar cómo el viejo rico le aconsejaba a otro sobre inversiones inmobiliarias.

Cuando subí, Allumeuse estaba en brazos de un joven albanés, conocido mío, chico amable y tímido. Habían tomado al asalto un sofá (antigüedad art-déco, menos mal que Philippe no los vió) y se besaban. Al albanés le hacía mucha falta porque llevaba mucho tiempo de sequía (nos miraba en el gimnasio a las que hacíamos aerobic con los ojos desencajados, el pobre). Me alegré por él. Y a ella le hacía una falta desesperada, pero otro tipo de falta. Buscaba algo, perdida entre los brazos flacos y huesudos de aquel albanés amable, algo que quizás no encontrara nunca. La observé disimuladamente: esa mirada, esa mirada ahogada, vacua, ese dolor del vacío, ese vértigo de la nada.

Hace unos días, en una cena, pasaron las fotos de la fiesta. Oh, Philippe, qué maravillosa casa, qué decoración, qué fiesta, qué fantásticos todos. Y en una de ellas me tropecé con el minisujetador y la mirada de la Allumeuse. Me quedé observándola y pensé en ella: me dió vértigo pensar qué podía haber sido de ella, si aún estaría viva y, en ese caso, en qué condiciones. Sus ojos, que miraban de frente a la cámara digital de Valéry, decían entre humos y vapores alcohólicos: "Ah, pero ¿la Vida era esto?"."

Seamos avestruces

Leo por ahí, en otros blogs, diarios de vidas humanas (o eso parece). Los hay de dos tipos: o son de un interesante extragaláctico de tantísimas cosas fuera de las normas que han hecho y a cuantos homínidos se han tirado por minuto, o son de una lánguida rutina que haría bostezar a las almejas. Un ejemplo del diario A: el fucking-extragaláctico.

"Me levanté está mañana, le abrí la puerta al fucking cartero y me lo tiré. Le robé las cartas y las tiré por la taza del vater y con su tarjeta de crédito me fui al cajero a sacarle la pasta. Oh, shit, el banco estaba lleno de bloody burgueses. Allí me tiré a dos padres de familia que estaban sacando el dinero y luego me follé a todos los empleados. En media hora había acabado con todo el banco. Qué fantástico que soy, of course, y qué miserables gusanos sois vosotros, que no me entendéis y no sabéis lo que es robarle las bloody cartas de shit al fucking cartero."

Ejemplo del diario B: rutinario bosteza-almejas.

"Me levante esta mañana, le abrí la puerta al cartero que es primo de una amiga de mi tía la del pueblo que se casó con un guardia civil en el 57 y me dijo que estaba muy cansado porque trabaja mucho. Luego fui al banco a abrir una cuenta ahorro vivienda porque quiero comprarme un piso aunque voy a seguir viviendo con mis padres y vi a ese empleado que me gusta y que no me hace ni caso porque dicen que es gay. Y a mí no me importa que sea gay siempre que me cumpla, pero me dicen que los gays no cumplen con los que no son gays y yo no lo entiendo porque qué tendrá que ver una cosa con la otra y la velocidad con el tocino y a quien madruga Dios le ayuda porque a cada cerdo le llega su Sanmartín. He comido ensalada de lechuga y tomate y un filete a la plancha que ha hecho mi madre aunque yo le he dicho siempre que lo prefiero rebozado."

Yo no pienso contar mi vida: es muy aburrida. Si tengo que contar cuantas lavadoras pongo al día, cuantas botellas de agua me trago y a qué horas paso de ser persona a servidora y comida (sí, literalmente, aunque no me sirva en un plato) de la reina de la casa, me quedaría dormida en el teclado. Estoy pensando en inventarme una vida nueva, no por nada, que la mía está bien, sino para contar algo y ser un verdadero "blogger", de esos con medallita de méritos y corte de pelotas, pero no quiero que sea ni bosteza-almejas ni fucking-extragaláctico. Una vida de filete rebozado me parece un auténtico desperdicio, y más aún, tomarse tiempo en contarla, y una vida de follarse a todo el banco me parece, además de poco agradable (porque el público que suele haber en los bancos muchas veces no se ducha lo suficiente y puede que incluso tenga ladillas, aunque hay excepciones, por supuesto) un tanto escocida.

Pues eso, hala pues. Qué me tendré que inventar algo para ser cyberpersona y eso. Por ahora he decidido ponerme dos trenzas rubias y llamarme Shannon. Mi principal objetivo es montar una granja de avestruces para usarlas como caballos de tiro solidarios. Soy vegana e hypermegaingenua, que me mola mucho eso. Muy flower power. Sois todos muy malos y el mundo es un espacio muy egoísta. Menos mal que estoy yo aquí para recordaros lo malos que sois y lo solidaria que soy yo con las avestruces huérfanas. ¡¡¡¡Ja!!!!

Avestruces for ever!!!

Argumentos

Estaba tomándome una mandarina cuando de repente me asaltó la idea: "¿Cuánto tiempo llevo defendiendo (si es que defiendo algo) los mismos argumentos?" Cinco años, me respondí.

En cinco años me habre zampado quizás unos cien kilos de mandarinas (tal es mi aficción), y sin embargo fue esa mandarina y no otra, ni siquiera un mango o una granada la que me hizo saltar el click.

Y es que cinco años son muchos y los argumentos, de tanto repetirlos están ya un poco ajados. Me aburro hasta yo, que soy poco proclive al aburrimiento porque siempre acabo entreteniéndome con algo. ¿Y si los cambio? Porque lo malo de unos argumentos ajados es que para defenderlos a capa y espada (por eso de no cambiarlos por otros, que da pereza) tienes que hacer el esfuerzo de creértelos, y entonces te los tomas en serio y los conviertes en principios. Y los principios, bo, bo, bo... Me dan mucho yuyu. Porque esos principios que se tienen que autoconvencer de que son los mejores, se convierten en unos tiranos, rígidos, que no te dejan vivir a ti ni a los demás.

Así que me voy a buscar unos nuevos, no por nada en particular, sino por cambiar un poco de discurso, que ya me he hartado de primates y bichos varios (son feos y peludos, nada fashion). A ver si los encuentro en alguna parte. Los quiero frívolos y ligeros, muy ligeros, como plumón de ganso húngaro, algo así como los consejos cosméticos de Cosmopolitan o Marie Claire.

Y seguro que, encuentre los argumentos que encuentre, los defenderé con ahinco, con fuerza, como conversa reciente, y eso mola mucho porque entretiene, ya que implica peleas varias, luchas, palabras, retórica... Nada hay como el deseo de pelear y revolcar al adversario por el barro, ni siquiera el sexo, aunque ahora que lo pienso el sexo revolcándose en el barro no debe estar nada mal (si no me pillo una pulmonía) aunque deberé enterarme antes si las manchas se quitan.

Bueno, vayamos a lo importante: hace dos meses que no me pinto las uñas y eso es una desgracia. Incluso me las tuve que cortar, lo cual me costó un serio disgusto. Para celebrar la Navidad me las pienso pintar. Ya que no he puesto ni árbol, ni Belén ni un mísero pastorcillo, qué menos que pintarme las uñas para dar un tono de color a fechas tan entrañables. Y voy a comprarme unas bragas rojas con el logotipo de la Coca Cola.

Y nada, pues que Feliz Navidad y eso. Que ya encontraré argumentos para defender por qué felicito la Navidad si en teoría soy contraria. Sí, seguro que los encuentro por ahí. No tengo más que centrifugar un rato los argumentos antiguos y me salen otros nuevo recién lavaditos y relucientes.

Renata Tebaldi

Renata Tebaldi

Ha muerto hoy.

Es posible que a la mayoría de los que leéis este blog no le diga nada este nombre (bueno, a Miranda sí, evidentemente): era una gran cantante de ópera que fue rival de la Callas.

En mi casa, una de mis casas, la casa de los años que pasé entre músicos y orquestas, había enmcarcado, colgado de la pared un retrato de Renata Tebaldi. Estaba dedicado a mi abuelo, que la conoció personalemnte y la trató bastante. Era un retrato hermoso, en blanco y negro, y ella aparecía de perfil en una instantánea bellísima. Yo contemplaba el retrato cada día, y aún lo recuerdo, su expresión de diva, su sonrisa nacarada y antigua, los labios oscuros de carmín que seguro era rojo pasión. Renata, Renata Tebaldi era un sueño. Su voz y su retrato eran sueños.

Personas que la conocieron, personas que ya no están, me hablaron de ella. Yo nunca la ví, ni siquiera retirada, sólo la escuché en grabaciones. Y su retrato. Adoraba ese retrato suyo que se perdió entre tantas y tantas mudanzas de corazón y de país. Quizás su foto esté pudriéndose ahora en un trastero cerca del Mar Menor, o quizás esté en una finca cerca de Madrid, almacenada con miles de libros que se compraron para no ser leídos, porque no hubo tiempo. No hubo tiempo material para leerlos.

Hoy lamento no haber rescatado su foto, así como aquel cuadro, boceto que representaba una Walkiria, y que es una de las pocas cosas que yo hubiera consentido colgar en las vacías paredes de mi casa.

Se ha ido un sueño. Un sueño antiguo, de los pocos que tuve. Y lo digo: me hubiera gustado tanto, tanto ser cantante de ópera y gritar, gritar, gritar hasta la extenuación. Pero mi voz de mezzosoprano no da para agudos que rompan las copas y los duros tímpanos de acero de aquellos que no escuchan. Voz de radio, me dicen, grave y suave, como un relajante muscular.

Hubo momentos en los que me hubiera gustado tener tu voz, Renata. Qué descanses. Fauré para ti.

Foto: Renata Tebaldi. Aunque esta no era mi foto.

¿Hasta cuándo me mantendré impasible?

¿Me disolveré algún día en el frío?

Por estos caminos perdí la ligereza. La ligereza.

Morfina

Paseo entre la vida y la muerte.

El anestesista me miraba fíjamente, de frente, como si quisiera hipnotizarme no sólo con la droga anestésica, sino con su presencia. Lo hacía para tranquilizarme, creo, y lo consiguió. "Le voy a suministrar un dispensador de morfina para el dolor", me dijo, "usted sólo tiene que presionar este botón cada vez que sienta dolor y conseguirá una dosis".

Una hora antes había escuchado los primeros lloros de mi hija. Me la dejaron ver unos instantes y besarla en la frente, aún cubierta de líquido amniótico y sangre. Ella me miró de forma dominante con sólo unos minutos de vida en el exterior. Me reconoció, creo, y supe que ya siempre mandará ella.

Me subieron a la UCI para mantenerme en observación. El peligro ya había pasado, pero estuve a punto de no contarlo. Tensión disparada hasta extremos que los médicos no podían disimular la preocupación. Cesárea de urgencia, dijo el cirujano. Ni siquiera hubo tiempo de que yo firmase una autorización.

Y en la UCI yo no quería ser consciente de nada. Me dolía, más que la operación en sí, el hecho de estar separada de mi hija. 24 horas, dijeron. Morfina. Morfina para soportar el dolor, el físico, se supone, que no el otro. Morfina para intentar superar también ese otro dolor, el no físico, el que duele sin pinchazos ni calambres.

Apreté el botón. Al principio iba bien. La ligera anestesia epidural que me habían puesto (no pudieron ponerme una dosis mayor dado el riesgo, por lo que sentí bastante la operación) iba pasando, y podía mover bien los pies. Después comenzó la incoherencia. Pensamientos incoherentes, de pesadilla, extraños, y yo dándole al botón. Abandonos. Pensaba en abandonos antiguos y recientes. Ausencias que debería entender o haber entendido ya, pero que no entiendo. Y mi cuerpo, casi inmóvil, perforado y rodeado de cables y pantallas.

Otra dosis y parecía que iba a caer en un oscuro pozo. Me negué y me obligué a despertar. Enfrente, un reloj marcaba las horas. Eternas. Horas de vida. Había estado demasiado al borde del Hades como para abandonarme ahora. Estaba contenta. Las dos vivas, separadas por cables y plantas de hospital, pero vivas.

A eso de las tres de la mañana la enfermera me trajo el teléfono para que hablase con la maternidad. Todo muy bien, me dijeron. La niña estaba con su papá, en brazos. Respiré. Emoción. Y el reloj marcaba el tiempo de la incoherencia, del dolor de perderme ese momento, de la alegría de estar viva, de los recuerdos confusos, del shock.

Poco después comenzó la pesadilla. Efectos secundarios de la morfina. Naúseas y vómitos. Horas. Y dolía la cicatriz reciente cada vez que me ponía a vomitar. Dolía de una forma brutal. Fuera la morfina. Era preferible el dolor a lo bestia que las náuseas y los vómitos. Me dieron un calmante distinto.

Se acabó la morfina, y la incoherencia, y esos pensamientos extraños, oníricos. Dejé de apretar el botón. Y es que hay personas (entre las cuales me encuentro) para las que ni las drogas permitidas, en un momento dado, les conceden un respiro.

Ligereza

Se fue la ligereza.

Hoy la percibí momentáneamente. Un caballo entre la niebla. Eran las diez de la mañana y volvía del médico. Todos los que estábamos en la calle nos quedamos mirando el caballo y a quien lo montaba como en un sueño.

Quizás haya esperanzas de que vuelva. Sí, quizás esté en su sonrisa de 18 días, en sus manitas, su cabello y su so

Rencor

Sin rencores.

Eso dicen, que sin rencores, que es malo tener rencor, que nadie que se precie de bueno y guays lo tiene porque lo supera todo con su aura disciplente y de seguridad en sí mismo. No está bien visto tener rencor, no es noble, ni sano, ni sirve para dar puntos para el nirvana. Mejor decir que no existe, que no se usa de eso, que uno se traga el dolor y la rabia y se diluye por magia en los ácidos del estómago. Sin rencores, sí, que somos muy sanos y lo soportamos todo como si nos resbalara.

¿Y qué pasa cuando un día esos rencores silenciosos que se han ido acumulando como capas freáticas, diluídos aparentemente en la magia del buen rollito impuesto pugnan por salir? Prefiero no pensarlo, que me da yuyu.

Rencor es resultado de la incapacidad en un momento dado de enfrentar una situación de rabia, de desamparo, de injusticia, de humillación. ¿Y existen seres omnipotentes capaces de enfrentar todas esas situaciones sin que un resquicio de rencor se les quede atrapado en una grieta? Deben existir, sí, porque hoy, leyendo por encima las declaraciones de un disidente que ha sido liberado en Cuba, decía que no tenía rencor.

Yo creo que en su caso sí tendría rencor, y mucho (aunque quizás me callaría y diría hipócritamente lo mismo que él, por eso de preparar la venganza en frío). De hecho, guardo rencores antiguos por cosas más pequeñas. Rencores de situaciones que no pude enfrentar en su momento debido a mi corta edad, al desamparo y la falta de experiencia. Siempre hay situaciones que no podemos ni sabemos enfrentar, por lo menos los seres vulgares y corrientes como yo, que venimos del mono, y no fuimos creados por un ser divino.

De baja bitacoril

Pues eso, de baja temporal en el mundo de las bitácoras.

Quería haber escrito hoy un post, tal y como dije en los comentarios del post anterior, pero no he podido y ahora debo cerrar el chiringuito por unos días debido a que tengo la tensión alta. Lamento no estar en condiciones de responder.

Dada mi situación personal, debo estar en reposo absoluto, en la cama o en el sofá, con las piernas en alto y pensando aún menos que de costumbre, no vaya a ser que me ponga nerviosa por algo. Así que no podré pasarme apenas por internet (si acaso, para saludar y poco más) ni escribir algo medianamente elaborado, por lo que prefiero decirlo ya y dejar los temas pendientes y lo que se me ocurra en el intermedio para más adelante, quizás en unos días o unas semanas, cuando vuelva a ser persona o bicho (lo que sea, pero creo que más bien bicho) con mis pocas facultades habituales pero, al menos, al ochenta por ciento o así, que tampoco hay que estresarse. Ahora ando al diez por ciento más o menos, y no puedo con mi alma.

Me veré todos los programas de televisión para que me baje la tensión de puro aburrimiento e intentaré leerme el libro que uso para dormirme "El año que vivimos en ninguna parte (El Che Guevara en el Congo)" de Paco Ignacio Taibo II y otros dos periodistas, que es de lo más entretenido en plan periodismo de investigación y seguro que hace milagros laicos.

Cuando vuelva, espero tener ya conmigo a una parte de mi vida muy deseada en los brazos.

Besos y cuidaos mucho. A todos, gracias por estar ahí.

Tela a cuadros

Ayer por la tarde, medio adormilada en el sofá, me desperecé de pronto al escuchar un reportaje sobre África. Abrí los ojos y un africano vestido a a la usanza tradicional de su pueblo (no sé de qué país era y suele ser un dato importante) explicaba las razones por las que había decidido tomar una segunda esposa:

1- Porque si la otra mujer está embarazada y da a luz él se tiene que aguantar las ganas sexuales durante una temporada.

2- Porque él no es, en absoluto, ningún adúltero.

3- Y también por amor, claro, siempre hay amor en el fondo. Además, la nueva mujer es más joven. (Éste sí hablaba de amor, pero me temo que no era del amor tal como nosotros lo consideramos en Europa)

Y me eché a reír. Me hizo gracia tanta espontaneidad a la hora de explicar sus razones y sobre todo el convencimiento de que él no es un adúltero.

Posteriormente, una prostituta, de Mali, que había huído del hogar familiar para no someterse a un matrimonio no deseado, aclaraba su relación con Dios diciendo que lo bueno que tiene es que le rezas y siempre perdona.

Y me pregunté qué tendría Dios que perdonarle a ella con la vida que le ha tocado llevar a la pobre. ¿No será al revés?

Más allá de culturas, raíces y tradiciones, me da la impresión de que el ser humano siempre se está inventando subterfugios para poder presentarse a sí mismo de una forma conveniente. Así, el polígamo se sentía bien en su piel porque no era un ser despreciable como adúltero. La prostituta solucionaba el conflicto que le producía su profesión, despreciada socialemente y considerada pecaminosa, rezando y sintiéndose ipso-facto perdonada por Dios (por suerte, se había buscado un Dios indulgente).

Y empecé a recordar tantos y tantos comportamientos de autoafirmación en la mentirijilla solapada que observo diariamente. Los hay variados: desde el que se presenta a sí mismo en la forma clásica de bondad y principios, hasta el que se presenta como un rompedor absoluto de tabúes. Y entre ambas poses una infinita tela a cuadros de distintos matices, poses también, claro, aunque de distinta intensidad y no tan evidentes.

Subterfugios, engaños, mentirijillas piadosas que uno se dice a sí mismo para sobrevivir diariamente. Y gracias a Dios que sabemos mentirnos (¿Esa asombrosa y maravillosa capacidad nos la dió Él en el pack de nacimiento?, aunque es una arma de doble filo, porque llevada a los extremos se convierte en arma de destrucción masiva.

Brujuleando por ahí, me he encontrado con seres superiores. No, no hablo de extraterrestres exactamente, aunque nunca se sabe, sino de seres humanos, o eso parece, pero tan divinos que me da un poco de vergüenza mi condición de ser contradictorio y con debilidades que no debería tener.

Resulta que los seres superiores carecen en absoluto de tabúes, de miedo a la muerte, de celos y muchas otras cosas de las que yo tengo. Y además, y esto es lo peor, ya que me da mucha envidia (y tengo que sentir vergüenza de esta envidia porque no debería sentirla si quiero ser un ser superior) se pasan todo el día follándose todo lo que pillan y a todas horas, con lo cual, no disponen de tiempo ni para trabajar, ni para dormir, ya que tienen un horario laboral

De amor

De amor

¿Qué es el amor? le preguntaron a una babushka (abuela rusa) vestida toscamente, con botas, gruesas medias y un pañuelo roto en la cabeza. Se rió pícaramente y contestó "No sé. Yo no he tenido tiempo para eso porque me he pasado la vida trabajando" Y añadió mientras reía y se encogía de hombros, sentada en un tronco: "Mi marido se murió hace mucho. Era muy borracho. Me dió muy mala vida y ahora estoy mucho mejor"

El autor del reportaje buscaba el romanticismo que había inspirado a un gran autor ruso a escribir un poema que ahora no recuerdo hablando sobre el amor en Yaroslav. Fue a los campos helados buscando la inspiración, la sensibilidad, la sensualidad, la ternura.

En una granja de pollos preguntó a otra, que trabajaba recogiendo el estiércol. Misma respuesta. Y después a cuatro o cinco más, que se reían a boca ancha mientras bromeaban entre ellas sobre las borracheras de los maridos a los que habían echado de casa. Nadie conocía el poema. Nadie hablaba del amor.

***

En Israel, un hombre judío de origen etíope, polígamo, dejaba entrar en su casa a las cámaras para mostrar a su nueva esposa, una chica más joven que la primera, con quien tenía ya unos cinco hijos o así. Al final, después del seguimiento de un año de pequeñas rivalidades molestas entre ambas esposas y el nacimiento de una nueva niña en la familia, el orgulloso patriarca decía en confidencia al periodista: "¿Sabe? Yo creo, de todas formas, que a mi hogar le falta femineidad, que necesita algo más femenino. Así que, en cuanto pase un poco de tiempo, me caso con otra más".

Y hablaban de lámparas, territorios e hijos. Nadie hablaba del amor.

***

Los Zapotecos hablaban de la aceptación de la homosexualidad (travestismo masculino) en el seno de su comunidad. Según decían las mujeres (aparentemente, es una de las pocas sociedades matriarcales que existen, aunque diferentes estudios no se ponen de acuerdo en este asunto), un hijo homosexual les es muy beneficioso porque se ocupa muy bien de la casa y ayuda mucho, además de no abandonarla nunca al no casarse ni tener descendencia propia. También, entre las ventajas de tener travestidos, estaba el hecho de que las mujeres podían conservar su virginidad hasta el matrimonio, al ocuparse ya los travestidos de iniciar sexualmente a los jóvenes y servir de solaz a los hombres de la comunidad para descargas hormonales. Evidentemente, se había aceptado la homosexualidad porque le sacaban mucho provecho.

Y nadie hablaba de amor.

***

Un lujo. Otro más. La sensualidad y el amor son lujos, como el perfume, la seda y ver nevar con velas.

Imagen: Erté "Flames of love"

Chantajes a la carta

¿Cuántos chantajes emocionales soportamos al año? ¿Se pueden contar? ¿Programar?

Estaría bien que fueran en fila india, embaladitos, como en una cinta transportadora y apareciesen sólo los días pares o impares, por eso de descansar y recuperarse entre chantaje y chantaje. Una utopía más, por supuesto, de tantas.

Veo como se cocinan ya los chantajes venideros, esos que están a la vuelta de la esquina, y siento ya cierta rabia anticipada. Otra vez toca el desagradable papel de marcar territorios, de ser una persona implacable, o al menos parecerlo. "Comprende que", se supone que mi comprensión es ilimitada, sin embargo el que lo dice no se para a comprender que no tengo por qué comprender. "Cede para que X esté contento" Se supone que para mí es muy importante que X esté contento, pero el caso es que me importa más estar contenta yo. X anda mucho más pendiente de sus necesidades que de las mías, aunque disfraza de sacrificio lo que supuestamente hace por mí, que, por otra parte, yo no le pido.

Hay personas que, por desgracia, sólo saben funcionar en clave chantaje. Ni siquiera son conscientes de ello. Lo curioso es que están absolutamente convencidos de su altruismo, bondad y actitud desinteresada, por lo que es imposible que, en un momento dado, se den cuenta de lo que hacen. Y hagas lo que hagas, ellos se han puesto en la piel del sufriente, por lo que a ti te toca la piel del malo que hace sufrir. Un rol cansado, este de malo, porque el bueno, convencido de que la razón e incluso el Reino Celestial están de su parte, no para de insistir en convertirte, en un ejercicio de proselitismo pesado y lloroso al que sólo puedes responderle, si no quieres convertirte en una marioneta de la bondad, con dureza. Y esa dureza le convence aún más de que es una víctima y se pone más pesado, aunque lo disfruta mucho, todo hay que decirlo.

El caso es que yo no disfruto nada teniendo que ser dura e implacable. Sé que a los chantajistas les mola mucho, porque sufren gratis y se autoconvencencen de lo buenísimos que son, pero a mí no me aporta ningún beneficio. Ése es el problema. Tengo que aprender a sacar algún tipo de beneficio de esto, por lo menos que me dé para comprarme un traje a lo Cruella Devil para la performance.

Estaba pensando en poner un negocio de chantajes a la carta con lloros, sin lloros, con acusaciones directas o indirectas, al gusto del consumidor. Según el tipo de chantaje se cobra más o menos (se pueden hacer ofertas por grupos y promociones especiales de Navidad).

Por supuesto que todo lo hago por altruismo y eso, por los demás, porque nunca jamás de los jamases pienso en mí (lloros *).

* Todavía no me salen lo lloros muy bien (sí, ya sé que están desafinados), pero ya veréis: estoy aprendiendo la mar de bien a chantajear, e incluso creo que va a ser mi nueva vocación. Mola.

Más mitos

Y más mitos. Esa tendencia a mitificarlo todo, a huir de una realidad un tanto prosaica me llama poderosamente la atención. Leo por ahí como mitifican la infancia y dicen que es un periodo especial en los que los niños tienen capacidades que los adultos perdemos. Como si los niños, así, en genérico, fueran superdotados.

Y me temo que no, que hay niños encantadores, sensibles e inteligentes, pero que hay otros insensibles e insoportables. Lo que ocurre es que un adulto que se considera a sí mismo sensible e inteligente, cuando echa una ojeada a su infancia y la añora, se ve representado en los niños sensibles e inteligentes y no en los otros. Si vuelvo a mi infancia y veo con los ojos de una niña me encuentro con cantidad de críos cuyo comportamiento era cruel, repugnante e hipócrita, aparte de carecer de encantos y talentos varios.

Recuerdo a G. y D., hermanos. Eran verdaderamente repugnantes y crueles ya a la edad de cuatro años. No sé si tenía que ver el hecho de que su madre se llamase Aniceta, que puede traumatizar a más de uno, pero el caso es que eran un terror, ya con voz ronca, que disfrutaban maltratando a los bichos. Me desaparecieron dos patos y estoy segura de que fueron ellos los que les retorcieron el pescuezo porque venían todos los días a verlos y los tenía que echar de allí. A ciertos bichos los maltratábamos todos, quizás por la lejanía entre especies, pero a los mamíferos o las aves que tenían nombre propio y eran mascotas los respetábamos bastante. Por ejemplo, echábamos agua en los hormigueros para ver cómo salían las hormigas, pero recogíamos a las golondrinas y los gorriones caídos del nido. Claro que, en esto también había una gradación de sensibilidad. No todos sentían el mismo grado de empatía por los mismos bichos. G. y D. eran los casos más extremos, pero había muy diversas formas de comportarse en las que la capacidad de fingir ya era toda ventaja a la hora de sobrevivir.

Igualmente, se mitifica a los ancianos como ejemplo de sabiduría. Y sí, los hay sabios, pero me temo que los que han sido zopencos toda su vida llegan a viejos igual de zopencos. También se ven frágiles aquellos que han sido unos hijos de puta y a las personas sensibles les dan pena. Me temo que, cuando uno se considera inteligente y sensible, cree que de mayor será sabio y frágil, y no zopenco ni hijo de puta sin fuerzas.

Que sean viejos y niños zopencos e hijos de puta no implica que sus madres deban apercibirse de ello, no, en eso la naturaleza es sabia y ciega por medio del instinto. Es deseable que la madre no se dé cuenta de nada y quiera a sus hijos sean como sean. No quiero ni pensar qué ocurriría si no fuese así.

Pero es mejor pensar que la niñez es magia y la vejez es sabia. Fustiguémonos como adultos estúpidos incapaces de ser como los niños y los viejos. Al fin y cabo, el látigo deja marcas muy molonas de sufrimiento y luego se pueden enseñar por ahí, como los tatuajes. Para presumir hay que sufrir: ya lo dice la sabiduría popular.

De paseos por blogs voy leyendo, intuyendo e inventando las razones que incitan a escribir a cada uno. Digo "inventando" porque dichas razones las percibo de una forma subjetiva y un tanto adaptada a mi forma de ser así que es ovbio que son invenciones, claro. Y suelo llegar a la conclusión - nada original, claro está - de que uno escribe un blog para que lo lean otros. Hasta ahí todo normal. Pero luego viene el cómo. La desesperación del cómo conseguir que los lean, que los miren, que les hagan caso y les digan que tienen un lugar en el mundo.

Desesperación un tanto legítima y además inevitable dada la educación recibida por una gran cantidad de personas en las que se ha primado la opinión ajena para ser y existir. Lo que me llama la atención no es esto sino la forma de dirigirse a hipotéticos lectores, millones en potencia, que van a pasar por un blog a leer cómo un alguien lejano te cuenta monótomamente que se ha comido una ensalada de lechuga y ha quedado con un amigo para ir al cine.

Sobre esto también hay clases. Los hay que lo cuentan con talento y gracia y los hay que son un auténtico coñazo

Sofisticación

Ayer, en una respuesta a un foro alguien dijo: "me paso por el forro de los cojones tal y cual...". Y yo me quedé obnubilada ante la expresión "forro de los cojones" porque no sabía que llevasen forro. Es evidente que desconozco muchas cosas de la tendencia de la moda y de la alta costura. Creo que me he quedado un tanto desfasada con tanto leer sobre primates y australophitecus, que van desnudos y no disponen de medios sofisticados cuando se trata de pasarse algo, ya sea de forma masturbatoria o para despiojarse, por semejante parte.

Y es que forrar los cojones es de una sofisticación que supera los límites de mi educación campestre, por lo que creo, necesitaré algunos apuntes sobre el tema para adecuarme a la vida urbana. Tengo mis dudas, claro está: ¿El forro es de seda o con rayón se las apaña uno? ¿Se cose directamente el forro a lás gónadas? ¿se grapa o se arregla el asunto con un lacito? ¿se usa un fruncido? ¿produce el forro en los cojones algún tipo de alergia o prúrito? ¿en las relaciones íntimas se debe dejar el forro o es mejor quitarlo?

¿Se puede ir a una reunión social sin forro en los cojones? ¿puede dejar de hablarte tu jefe y ser la comidilla del resto de empleados si no llevas el forro o lo llevas roto y descosido?

Y lo que más me preocupa: ¿Hay que hablar en los círculos sociales de tiendas donde se compran los forros de los cojones de marca y presumir de tu forro o es un tema mejor a obviar?