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Personales

Hasta luego

Me va a costar decir "hasta luego", pero creo que ha llegado el momento de hacerlo. Es mejor hacerlo ahora, cuando las palabras han comenzado a perder su ligereza, antes de que sean pesadas como el plomo.

LLevo ya tiempo pensando en tomarme un descanso de internet, y si lo pienso es porque lo necesito. Por una parte, siento que éste es un medio magnífico de comunicación y me gusta escribir, leeros, hablar de temas distintos y a veces estrafalarios, reír, observar, vivir de esta manera distante pero cercana, porque me he sentido muy acompañada por vosotros. Y por otro lado me da un poco de miedo ese oscuro pozo de la red, adonde van pensamientos, historias, vida personal e incluso lágrimas. A veces, necesito desconectar el ordenador y volver a la vida, la vida real.

Durante este año y tres meses me habéis acompañado y os estoy muy agradecida por ello. Por circunstancias personales vivo en un cierto aislamiento (por supuesto que ni estoy confinada ni nada por el estilo, tan sólo que paso mucho tiempo en soledad porque aquí se vive así)y leeros a diario, reír con vosotros ha sido algo extraordinariamente agradable. Zahorí estrenó mi temporada de blog, allá por enero del 2004 en "seamos cínicas", con Parapo tuve algún pequeño roce, sin sangre, que luego se saldó con una relación bastante civilizada. Ericillo, la única persona que aparece por aquí a quien conozco personalmente, ha ido y venido con prisas, corriendo siempre y dejando una palabra amable. Bambolia, con quien llevo años conversando y compartiendo batallas virtuales en el mismo bando. Kiri, con su sentido del humor y su prosa poética. Ciri, y su ironía amable. Bernar y nuestras luchas de años, sin sangre también.

Soil Takada, striper-filósofo, que se incorporó tiempo después a este invento. Duquena, con su enorme trabajo literario en Combray. Miranda, a quien conocía de otros mundos y apareció por aquí por casualidad dándome una agradable sorpresa. Qhrlhy, con sus porqués jeroglíficos. Y más recientemente Eurímaco, Kris y Malmäkaki. Además de otros que se pasan esporádicamente o me leen y no dicen nada. No sé si me dejo alguno en el tintero, pero si es así que lo diga y disculpe mi error, que intentaré subsanar.

Ha sido muy agradable, gente. Y quiero agradeceros especialmente que me hayáis acompañado en los momentos difíciles que tuve durante el embarazdo complicado que pasé. Hubo un momento durísimo que me hizo perder la frivolidad y me convertí en grulla, y allí recibí vuestra amabilidad y vuestro consuelo, siendo algo que no olvidaré jamás. Tampoco olvido y agradezco muy especialmente la atención y el cariño virtual que me demostrásteis en mis dos últimos meses de embarazo, cuando tenía mucho miedo y me sentía más sola que nunca. Me hizo mucho bien que estuviérais ahí.

Como es lógico, me cuesta la despedida, ya que os tengo aprecio y de alguna forma me cierro una puerta de comunicación, pero prefiero hacerlo porque por una temporada voy a estar en silencio, ya que no consigo encontrar la forma de que mis palabras sean ligeras. Así evito que estéis entrando y saliendo (como observo en las estadísticas) por si escribo algún post nuevo, cosa que no podrá suceder en un tiempo.

Cuando regrese aquí o en algún otro sitio os avisaré por e-mail. Para las personas con las que no tengo contacto por e-mail dejo aquí una dirección donde podéis contactar conmigo, o si lo preferís, podéis dejarme vosotros vuestra dirección y yo me pondré en contacto con vosotros. Mi dirección es: aliosha.karamazov@gmail.com.

Gracias a todos y besos surtidos.

Hasta cuando las palabras recobren su ligereza.

Hasta luego

Me va a costar decir "hasta luego", pero creo que ha llegado el momento de hacerlo. Es mejor hacerlo ahora, cuando las palabras han comenzado a perder su ligereza, antes de que sean pesadas como el plomo.

LLevo ya tiempo pensando en tomarme un descanso de internet, y si lo pienso es porque lo necesito. Por una parte, siento que éste es un medio magnífico de comunicación y me gusta escribir, leeros, hablar de temas distintos y a veces estrafalarios, reir, observar, vivir de esta manera distante pero cercana, porque me he sentido muy acompañada por vosotros. Y por otro lado me da un poco de miedo ese oscuro pozo de la red, adonde van pensamientos, historias, vida personal e incluso lágrimas. A veces, necesito desconectar el ordenador y volver a la vida, la vida real.

Durante este año y tres meses me habéis acompañado y os estoy muy agradecida por ello. Por circunstancias personales vivo en un cierto aislamiento (por supuesto que ni estoy confinada ni nada por el estilo, tan sólo que paso mucho tiempo en soledad porque aquí se vive así)y leeros a diario, reír con vosotros ha sido algo extraordinariamente agradable. Zahorí estrenó mi temporada de blog, allá por enero del 2004 en "seamos cínicas", con Parapo tuve algún pequeño roce, sin sangre, que luego se saldó con una relación bastante civilizada. Ericillo, la única persona que aparece por aquí a quien conozco personalmente, ha ido y venido con prisas, corriendo siempre y dejando una palabra amable. Bambolia, con quien llevo años conversando y compartiendo batallas virtuales en el mismo bando. Kiri, con su sentido del humor y su prosa poética. Ciri, y su ironía amable. Bernar y nuestras luchas de años, sin sangre también.

Soil Takada, striper-filósofo, que se incorporó tiempo después a este invento. Duquena, con su enorme trabajo literario en Combray. Miranda, a quien conocía de otros mundos y apareció por aquí por casualidad dándome una agradable sorpresa. Y más recientemente Eurímaco, Kris y Malmäkaki. Además de otros que se pasan esporádicamente o me leen y no dicen nada. No sé si me dejo alguno en el tintero, pero si es así que lo diga y disculpe mi error, que intentaré subsanar.

Ha sido muy agradable, gente. Y quiero agradeceros especialmente que me hayáis acompañado en los momentos difíciles que tuve durante el embarazdo complicado que pasé. Hubo un momento durísimo que me hizo perder la frivolidad y me convertí en grulla, y allí recibí vuestra amabilidad y vuestro consuelo, siendo algo que no olvidaré jamás. Tampoco olvido y agradezco muy especialmente la atención y el cariño virtual que me demostrásteis en mis dos últimos meses de embarazo, cuando tenía mucho miedo y me sentía más sola que nunca. Me hizo mucho bien que estuviérais ahí.

Como es lógico, me cuesta la despedida, ya que os tengo aprecio y de alguna forma me cierro una puerta de comunicación, pero prefiero hacerlo porque por una temporada voy a estar en silencio, ya que no consigo encontrar la forma de que mis palabras sean ligeras. Así evito que estéis entrando y saliendo (como observo en las estadísticas) por si escribo algún post nuevo, cosa que no podrá suceder en un tiempo.

Cuando regrese aquí o en algún otro sitio os avisaré por e-mail. Para las personas con las que no tengo contacto por e-mail dejo aquí una dirección donde podéis contactar conmigo, o si lo preferís, podéis dejarme vosotros vuestra dirección y yo me pondré en contacto con vosotros. Mi dirección es: aliosha.karamazov@gmail.com.

Gracias a todos y besos surtidos.

Hasta cuando las palabras recobren su ligereza.

I.T.D

I tak daleye.

Continuamos subiendo y bajando la roca de Sísifo. A ver si se desgasta la roca de tanto roce y empieza a pesar un poco menos.

dicotomía
pluralismo
multicultural
consenso

honor
lealtad

Rutinas

Fue en un área de descanso en la autopista que lleva de Lorient a Rennes, Bretaña. Paramos a comer algo, un sandwich y fruta.

A nuestro lado había aparcado un coche con una caravana. Volvían de vacaciones en la playa. Últimos días de agosto del 2002. Era un matrimonio mayor, muy entrado en años. Eran delgados y silenciosos y nos miraban con curiosidad porque, aparte de no parecer de la zona, teníamos una matrícula que era un enigma, difícil de identificar incluso para ciertos policías no muy enterados que a veces nos seguían de cerca.

Nos sentamos en una de esas mesas de madera estilo merendero y comenzamos a comer, deprisa, riendo. Ellos nos observaban en silencio.

Sentados en un merendero al lado del nuestro empezaron a sacar tarteras y cubiertos. Un hule, servilletas, platos, y se pusieron a comer pausadamente sin quitarnos la vista de encima.
Tanta vigilancia me resultaba agobiante, así que les sonreí. Me sonrieron. Sonreímos todos en silencio. Y siguieron mirando. Entonces yo los miré a ellos, más que nada por estar en igualdad de condiciones, y observé su hule de los años sesenta, sus platos psicodélicos de plástico gastado y desteñido, esos vasos de picnic de plastico naranja que estuvieron tan de moda, sus ropas ajadas -con una edad de treinta años, quizás- y con el color gastado de tanto lavado metódico y cuidadoso, la comida cuidadosamente ordenada en recipientes de plástico lavados una y mil veces.

Ellos eran metódicos y comían con gestos muy contenidos, rígidos, con sonrisas silenciosas y sin hablar, sin que un gesto de más se les escapara. Observé su caravana: antigua, muy antigua, como aquellas que empleaban los primeros extranjeros que se iban de camping. Su orden, su rutina. Pareciera que el tiempo les concediera el Sísifo de una vida de tupperware. Una vida de tupperware,- pensé- y me dió un escalofrío.

Toda una vida ordenando la comida en aquellos recipientes de plástico. Siempre las mismas rutinas de silencio. Y así cuarenta años. Más escalofrío.

Nosotros viajamos con un orden meticuloso, entre pocas maletas cerradas, coche limpio, brillante y sin una sola bolsa o paquete de kleenex fuera de su sitio.

Pero aún quedan risas.

Sapogui

Hablando y hablando de otros temas. Llevábamos media hora de risas y conversación rápida, cómplice, cuando mi hermana ha pronunciado la palabra "botas". Pero no ha sido sólo esa palabra, sino la compañía: Las botas que le hacían a Gorki en Italia, no, no estas botas. Las botas de Z., pronunciadas después. Z., personaje basado en alguien real, muy real que vivió allá por los años de la Revolución Rusa, y que era un burgués encantador, guapo y listo, que por causas del caos de la guerra civil entre el Ejército Blanco y el Rojo, se metió a bandido, delincuente juvenil, y fue reeducado en una colonia comunista en Ucrania.

Ah, Z., sus botas. Erotismo sutil. Sin una sóla palabra erótica ni tan siquiera la intención, M., el reeducador que luego escribió un libro sobre la hazaña de reeducar delincuentes en colonias comunistas, no tenía más que escribir Z. para que las pupilas se nos dilatasen y deseásemos fehacientemente que el tiempo nos transportara a aquellos años, a Jarkov, con Z., su forma de entornar los ojos y sus botas, su forma de ponerse aquellas magníficas botas de caña alta. No me hubiera importado ser delincuente juvenil y tragarme las purgas de Stalin con tal de ver a Z., el cual, si mal no recuerdo, en la época en la que yo leía el libro debía de andar ya por los ochenta años.

Sapogui, me vino a la cabeza. Así las hubiera llamado él a sus botas. Sapogui, y recordé otras botas, tantas botas masculinas míticas en la literatura. Y agradecí el haber tenido la oportunidad de aprender a sentir ese erotismo sutil, de lo no dicho, a través de la pluma de los clásicos. ¿Cuántas miradas, cuántas botas descalzadas tenían más valor erótico que todo eso tan explícito y soez que leemos, acostumbrados ya, y nos resbala como una fast-food de consumo rápido y olvido?

Una mirada del Werther (lloré un montón, menudo trauma ¿lloraría también hoy), el nerviosismo de Emma Bovary, el crack final de Onieguin, el acercamiento de Raskolnikov a Sonia, un roce en la mano, la visión de un pie y sus medias o el sonido del frú-frú de un vestido de encajes. Gilberte. Y botas de húsares.

Cuánto erotismo sutil e inmenso, eterno, eterno.

Cuando volvía hoy de la calle me senté en el sofá, aún con las botas puestas, y mientras bajaba la cremallera que rozaba suavemente las medias y acariciaba la piel con un leve cosquilleo cálido, sentía en el hecho, aparentemente banal, de despojarme de mis botas negras de caña alta toda la fuerza de las viriles y elegantes botas de Z.

Ligereza

Se fue la ligereza.

Hoy la percibí momentáneamente. Un caballo entre la niebla. Eran las diez de la mañana y volvía del médico. Todos los que estábamos en la calle nos quedamos mirando el caballo y a quien lo montaba como en un sueño.

Quizás haya esperanzas de que vuelva. Sí, quizás esté en su sonrisa de 18 días, en sus manitas, su cabello y su so

De baja bitacoril

Pues eso, de baja temporal en el mundo de las bitácoras.

Quería haber escrito hoy un post, tal y como dije en los comentarios del post anterior, pero no he podido y ahora debo cerrar el chiringuito por unos días debido a que tengo la tensión alta. Lamento no estar en condiciones de responder.

Dada mi situación personal, debo estar en reposo absoluto, en la cama o en el sofá, con las piernas en alto y pensando aún menos que de costumbre, no vaya a ser que me ponga nerviosa por algo. Así que no podré pasarme apenas por internet (si acaso, para saludar y poco más) ni escribir algo medianamente elaborado, por lo que prefiero decirlo ya y dejar los temas pendientes y lo que se me ocurra en el intermedio para más adelante, quizás en unos días o unas semanas, cuando vuelva a ser persona o bicho (lo que sea, pero creo que más bien bicho) con mis pocas facultades habituales pero, al menos, al ochenta por ciento o así, que tampoco hay que estresarse. Ahora ando al diez por ciento más o menos, y no puedo con mi alma.

Me veré todos los programas de televisión para que me baje la tensión de puro aburrimiento e intentaré leerme el libro que uso para dormirme "El año que vivimos en ninguna parte (El Che Guevara en el Congo)" de Paco Ignacio Taibo II y otros dos periodistas, que es de lo más entretenido en plan periodismo de investigación y seguro que hace milagros laicos.

Cuando vuelva, espero tener ya conmigo a una parte de mi vida muy deseada en los brazos.

Besos y cuidaos mucho. A todos, gracias por estar ahí.

De paseos por blogs voy leyendo, intuyendo e inventando las razones que incitan a escribir a cada uno. Digo "inventando" porque dichas razones las percibo de una forma subjetiva y un tanto adaptada a mi forma de ser así que es ovbio que son invenciones, claro. Y suelo llegar a la conclusión - nada original, claro está - de que uno escribe un blog para que lo lean otros. Hasta ahí todo normal. Pero luego viene el cómo. La desesperación del cómo conseguir que los lean, que los miren, que les hagan caso y les digan que tienen un lugar en el mundo.

Desesperación un tanto legítima y además inevitable dada la educación recibida por una gran cantidad de personas en las que se ha primado la opinión ajena para ser y existir. Lo que me llama la atención no es esto sino la forma de dirigirse a hipotéticos lectores, millones en potencia, que van a pasar por un blog a leer cómo un alguien lejano te cuenta monótomamente que se ha comido una ensalada de lechuga y ha quedado con un amigo para ir al cine.

Sobre esto también hay clases. Los hay que lo cuentan con talento y gracia y los hay que son un auténtico coñazo

Bonjour tristesse

Me acabo de enterar de que ha muerto Françoise Sagan. Era una escritora, que si bien no fue considerada por la "intelectualidad" de su época dado su estilo ligero y sus temas no comprometidos, me llama mucho la atención.

Hace unos meses leía la carta pública que ella le envió a Sartre cuando éste, enfermo y cerca ya del final, había sido rechazado por la intelectualidad. Dos personas que no habían tenido nada en común durante años y se habían ignorado como escritores al pertenecer a círculos diferentes se hicieron muy amigas en el último año de vida de Sartre. Me gustó esa conciliación entre ambos mundos, que se despreciaban abiertamente entre sí. Hermosa carta y hermosas las palabras de Sagan a Sartre, a quien empecé a ver de otra forma, menos visceral y más adaptada a lo que él era: un hombre que se equivocaba, como todos, a pesar de que me sigue cayendo mal (no lo puedo evitar).

"Bonjour tristesse", el título de la primera novela de Sagan, con la que saltó a la fama con tan sólo 19 años y en la que explica - de una forma absolutamente innovadora para la época - los sentimientos contradictorios e "impuros" de una adolescente, algo que entonces era un tema tabú, porque la imagen que se tenía de la mujer estaba condicionada por la literatura escrita por hombres, que muchas veces se dejaba llevar por fantasías y visiones un tanto parciales de la psique femenina.

Sagan abrió un camino en la ruptura de tabúes.

Descanse en paz.

Trampa

París era una trampa.

Sí, una trampa de atascos. Había que pasar por allí, por la circunvalación para coger la autopista que nos llevaría al norte. Ya a la ida, en domingo, a eso de las dos de la tarde, habíamos pasado sin mayores problemas, e incluso entramos en la ciudad y estuvimos cumpliendo un ritual gastronómico, pero a la vuelta no había manera de avanzar.

Propuse salir de la autopista y entrar a la circunvalación interna de París por carreteras nacionales. Y así lo hicimos, pero también había atasco. Glamour, glamour, y unas carreteras de circunvalación que dan pena de puro obsoletas que se han quedado ante la realidad de una ciudad monstruo que no quiere aceptar que, tras el delicioso escaparate del centro, se malvive en los suburbios a costa de atascos diarios de ida y vuelta.

La circunvalación interior también estaba atascada, asi que, tras dos horas en atasco, decidimos atravesar París por si había más suerte. En el centro el tráfico era fluído, e incluso apenas pude ver la silueta de Notre Dame mientras atravesábamos un puente, de puro rápido que íbamos. Pero al final, ya en el norte, para acceder a nuestra autopista tuvimos que volver a esperar otra vez, sentados en el coche, sin salir, y con dolor lumbar. Hubiera estado bien tomarnos algo, claro, pero el conductor andaba rabiando por salir de allí y no quería buscar aparcamiento, (que no iba a encontrar).

Y por fin ya, tiempo, rabia y paciencia después, nos encontramos en un área de servicio de autopista en la tarea de estirar las patitas, beber y zamparnos un sandwich. Y allí estábamos todos los ex-atascados en París. Nosotros, que al menos habíamos visto gente y calles, y tantos otros que se habían tragado horas de atasco en autopista (la Francilienne de las gónadas). Ingleses, holandeses, belgas y franceses compartían espacio, cansancio y hambre desde sus coches cargados de cachivaches de playa. Plástico, mucho plástico. Bazofia en los restaurantes, más plástico.

Frente a mí había un inglés sentado en su camión-caravana. Comía algo dentro, a grandes bocados, mientras miraba en nuestra dirección con unos ojos que nos nos veían. Salió para tirar algo en la papelera y lo ví entero. Pelo largo, blanco, pantalón corto y una prominente barriga, orgullo de años. Hippy, sí. Un hippy atrapado, como tantos otros, normales, anormales, convencionales, pijos, punkies, alternativos, ejecutivos o lo que sea (etiquetas las que hagan falta, molan porque es entretenido ponerlas) en un área de autopista.

Y es que daba igual lo que fueras (o lo que quisieras parecer) o el coche que llevaras, e incluso si comías fuera por no manchar la tapicería (nuestro caso) o si comías dentro decorando el salpicadero de miguitas y ketchup. Allí estábamos todos, atrapados en la marea humana, en la necesidad humana. Hasta el hippy no había podido escapar de su tiempo, ni del plástico, ni de su volante inglés, ni de la gasolinera, ni escaparía al ferry de Calais (o en su defecto al Eurostar).

Y pensé, de repente, en tanta gente "exquisita", de estos que están "por encima de" y nunca son marea humana, de estos que reniegan de lo hortera, del "mal gusto" como si a ellos no les rozase jamás. Y me los imaginé en un área de autopista. Mal gusto por excelencia y gente, mucha gente, de esta gente tan gente que resulta incómoda por lo que nos recuerda a los orígenes primates.

Marea humana, exquisitos y no exquisitos. Tanto los que leen a Joyce como los que nunca han visto un libro en su vida (y tantos otros términos medios) arrastrados por su tiempo, esclavos del tiempo que les ha tocado vivir, que nos ha tocado vivir. Evidentemente, a los exquisitos y alternativos nunca les ocurren esas cosas, claro, porque para eso son exquisitos y alternativos que no caen jamás ne la vulgaridad de la masa. Yo, que no sé lo que digo porque (y lo confieso avergonzada) no he leído a Joyce ni sé quién es Frank Arsehole.

Impresiones

Tengo la impresión, desde siempre, de haber asistido a mi nacimiento. Es posible que fuese una fantasía de niña que se haya instalado en mi memoria y me haga considerar como recuerdos lo que fueron imaginaciones infantiles. El caso es que hay como una voz en off, que no sé lo que dice, unos azulejos blancos, luz blanquecina y una ventana que da al norte. Y la consciencia de "ser" o "existir".

También es curioso que antes de aprender a guiarme por el sol y las estrellas ya supiera yo de norte y sur. Siempre he tenido claro este concepto. Tanto es así, que nunca he tenido problemas de orientación no sabiendo distinguir, hasta hace muy poco, entre izquierda y derecha. Sin embargo, los puntos cardinales son casi instintivos en mí.

Y tengo muchos recuerdos de cuando era bébe, algo que a muchos les resulta casi imposible de creer, pero sí. Y no son imaginaciones mías. Recuerdo cuando una de mis hermanas, de tres años entonces, celosa de haber sido sustituida como la menor, se acercaba a mi cuna y me daba pellizcos en el cuello. Recuerdo como me escapaba de la cuna en cuando aprendí a gatear echándome con fuerza sobre un lado hasta hacerla caer sobre la cama que había al lado. Después de escaparme ponía otra vez la cuna en su sitio, de manera que mis escapadas constituyeron un misterio para las personas que me cuidaban, hasta que ya de mayor, un día, desvelé en una conversación inocente ciertos pormenores de la memoria de un bebé. Y resultó ser cierto aquello que yo recordaba.

Y más recuerdos, muchos más, de mis primeros años, de la casa donde donde víví hasta los tres años, de la que podría hacer un plano ahora mismo porque la recuerdo perfectamente. Todo queda grabado en la memoria, incluso cuando mi hermana mayor me bañaba en el lavabo del baño (pared orientación este), con lo cual, puede haber una idea de lo pequeñaja que era para caber ahí.

Y resulta extraño ese almacenaje de recuerdos porque, en teoría, era demasiado pequeña como para poder recordar algo, aunque es posible que sea algo muy común que le ocurra a muchos otros y que la observación de un bebé sea algo a tener más en cuenta.

Me quedo con la miel cayendo en zig-zag. Imagen que tengo nítida en la memoria y me dejó impresionada la primera vez que la ví, cuando un apicultor, que vendía miel a granel, llamó a la puerta para que le comprásemos. Todavía me hipnotiza la miel cayendo en zig-zag. Esa imagen para mí vale un mundo.

Me estoy perdiendo el sol

O Lord in Thee have I trusted,
Let me never be confounded.

(Ambrosian hymn)

Me estoy perdiendo el sol y sé que ahora no puede ser de otra forma. Lástima de sol desaprovechado tras los cristales. La espera, esa larga e innecesaria espera ha hecho una fuerte mella en mí y me costará recuperar la confianza y la forma. Si hay una próxima vez, seré yo quién exija la rapidez y los tiempos. Demasiado tiempo.

Tiempo que se va, que se escapa dolorosamente, como agua que fluye y no vuelve. Tiempo que siento robado a mano armada. Tiempo que ha paralizado mis otros tiempos aunque yo haya hecho un esfuerzo considerable por llevarlo lo mejor posible.

Me estoy perdiendo el sol.

A veces me gustaría ser totalmente inconsciente y no tener en cuenta todos esos parámetros que tengo que tener en cuenta ante una situación así. No puedo. Pesa mucho la enorme responsabilidad, sí, esa palabra, y el miedo, claro.

Me estoy perdiendo el sol y hoy no puede ser de otra forma.

Escucho música religiosa porque me tranquiliza. Es una de las contradicciones que nos hacen la vida más llevadera a los agnósticos.

Me estoy perdiendo el sol. Sí, efectivamente.

A mi teclado

No sé si echaré raíces en esta silla de respaldo azul. Lo dudo, porque nunca eché raíces en ninguna parte y creo que ya es un poco tarde. Pero no me quiero levantar.

Toco el teclado y paso mis manos sobre él. Lo acaricio despacio, como si fuera a sentir el roce de mis dedos de una forma sensual. Ayer me pinté las uñas y están brillantes con su esmalte transparente, como a mí me gustan. Él siempre me dice que debo cortarme las uñas, que no le gustan largas porque teme que le dé un zarpazo. Pero yo no renunciaré facilmente a mis zarpas a pesar de los miedos ajenos (no totalmente injustificados).

Parece mentira que un teclado, algo tan inherte y prosaico, sea ahora lo que me procure mayor bienestar. Me hace pensar en otras cosas, salir un poco de mí, de esta espera interminable, de estos días de lluvia, nubes y preocupaciones. Y ya escucho las críticas de "pasas demasiado tiempo en internet", pero también las críticas de "no pienses en cosas que te atormentan", "no hagas", "no digas", "no respires, no sea que sea malo para la salud". Cualquier cosa es susceptible de ser criticada, pero no se dan alternativas factibles que calmen el caldero hirviendo que se cuece bajo esta carcasa de rizos.

Internet, a veces, puede ser una pesadilla, pero también es un soplo de aire, una ventana abierta en una habitación viciada. Esperar día tras día, durante casi un mes, una noticia que te dé la vida o te hunda en la miseria es mucho más cruel, mucho más perjudicial y peor para la salud que quedarse atontada chateando estupideces durante horas. Al menos, esas estupideces son analgésicos, mientras que la espera te mina por dentro.

A mi teclado, Logitech inálambrico (de vez en cuando le cambio las pilas), por las horas de complicidad en estos viajes que nos montamos fuera de una realidad que, a veces, no puedes vivir sin una ayudita de la imaginación, del más allá de otros mundos lejanos. A mi ratón, redondito y cómodo, que se deja manejar con suavidad mientras nos desplazamos veloces, con una sonrisa en la mirada atenta, por los vericuetos de un hierático monitor plano, que se exhibe como mascarón de proa.

A vosotros, los que me leéis y a veces respondéis, que estáis ahí y os siento cerca, como si los píxeles, en realidad, fueran vuestras células. Gracias.

Grisaille

Y el frío. La lluvia. 15 grados de un día gris e indiferente.

Parece que al día le importase poco mi suerte, o es que a mí, en este momento, me puede la indiferencia y el hastío. Es el no poder hacer nada, el que la suerte esté echada. Porque es eso, suerte. Y luego habrá que pensar que las cosas son así porque no podían ser de otra forma. Destino. Ya.

Nos convenceremos de lo que haya que convencerse. No hay problema. Ya lo hemos hecho otras veces. Al fin y al cabo, las convicciones son lo de menos, unas vienen y otras van en forma de principios, grandes sentimientos y demás inventos. Lo que importa es volver a sonreir cuando se pueda. Porque se podrá, sí, y lo digo con rabia.

Vienen recuerdos difusos del pasado. Mentiras, incongruencias, imágenes, olores, calor, frío, errores. El sol de Castilla cayendo a plomo en la hora de la siesta. Una yegua de raza árabe a la que le dábamos terrones de azúcar si se portaba bien. Un olivo enorme, de quinientos años, bajo cuya sombra he pasado tantas y tantas tardes de verano en las que me aburría mirando el campo y ahuyentando tábanos. El alfabeto cirílico en una enciclopedia. Makarenko. Caballetes y cuadros pintados al óleo. Piedras grises cubiertas de líquenes y musgo. Lovecraft y el miedo. Un manantial cubierto de zarzas. La búsqueda de una calzada romana que debía pasar por allí pero que no se encontraba por ninguna parte. Kazantzakis y el horror. Un collar de coral al cumplir los quince años, que llegó de parte de una señora filósofa, como tradición familiar. Goethe y las lágrimas por el Werther. Caminos de tierra. Piedras sílex. Un hacha en mi mano derecha con la que cortaba ramas. El sonido del látigo chasqueado en el aire. Un viejo rifle, siempre descargado porque "las armas las carga el diablo". Una escopeta de caza con la que aprendí a disparar apuntando sobre la E de una lata de Ertoil colocada en un olivo. La "Tizona", su reproducción, colgada en la pared. La Vía Láctea.

Un gato que se colaba por la noche (¿quién sabe por dónde?) y amanecía dormido a mis pies. Luciérnagas al caer la tarde festejando alrededor de una encina. El vuelo de algún águila planeando y mi fascinación. Charolesas. El fuego y las ascuas. Manon Lescaut y el prejuicio. Tabúes. Conversaciones interminables que llegaban siempre a la conclusión que el más fuerte quería. "Tienes que estudiar Derecho". "No quiero estudiar Derecho". Interminables conversaciones sobre Derecho Romano. Mareas negras.

Rabelais y la risa. Un extraño amanecer con una luz azul y violeta. La radio a pilas. Voltaire y no hay vuelta atrás. Una biblia que nunca leí. Contraventanas cerradas. Un octógono. La palabra y el saber usarla. La acusación. La defensa. El banquillo. El abandono. Preguntas, dudas, manipulación.

La risa. Nadie pudo con ella. La risa, siempre.

Castillo de naipes

Exhorcizar el miedo mediante palabras. Palabras que se lo lleven todo enganchado en cada fonema, en cada trazo de letra, en cada sílaba.

Lo alucinante es cuando el que más miedo tiene y el mayor implicado en el asunto se ve en la circunstancia de tranquilizar a los demás, porque el miedo ajeno, puede alimentar aún más el propio miedo, y hay que pararlo, como sea, aunque sea en apariencia.

Triple trabajo: luchar contra el propio miedo, luchar contra el miedo ajeno, y tragarse el propio miedo. Callarse.

Se supone que no debes tener miedo porque no hay que tenerlo, pero lo tienes. Y te dicen que no lo tengas aquellos que también lo tienen. Pero su tono es tan poco convincente que te da aún más miedo y tienes que convencerlos que de tú no tienes miedo para que ellos, al menos en apariencia, se tranquilicen y cambien el tono. Y con esa flema conseguida a base de miedo pasas por no tener miedo, pero lo tienes. Y además, encima, tienes rabia.

Qué maravilla de sistema de fortalezas apuntaladas unas en otras. Castillo de naipes.

Aquí lo digo porque debo decirlo en alguna parte, por eso de si las palabras sirven para exhorcizar algo, ojalá. Estoy serena, tranquila, resignada, pero tengo miedo. Miedo irracional, estúpido o lo que sea, pero mi miedo. Existe, y no lo voy a negar porque negar la evidencia sería mentirme a mí misma, algo que procuro hacer lo menos posible aunque a veces también tenga que recurrir al autoengaño, por eso de la supervivencia y tal.

Tengo miedo y reivindico mi derecho a tenerlo.

Shqipëria

No sé que pintaba yo allí. El caso es que fui, quizá porque estaba muy cerca y el morbo y la curiosidad pudieron conmigo. Albania a poco más de seis millas.

Sabía que iba a ver pobreza, miseria y atraso. Lo sabía como lo sabíamos todos los que nos montamos en el barco de tripulación griega. Íbamos a ver eso. Para qué nos vamos a engañar diciendo que íbamos a contemplar la belleza de un país y sus tradiciones. Íbamos a contemplar los resultados devastadores de cuarenta años de aislamiento. Devastadores.

La costa sur albanesa, pelada, árida y montañosa, no tiene un particular atractivo a cerca de 35ºC. Desde el barco se veían los búnkeres que el dictador comunista hizo construir a lo largo de toda la costa para protegerse de una (improbabilisíma) invasión griega. Un país plagado de búnkeres, aislado del resto del mundo, y creyendo que los demás estados occidentales lo iban a invadir en cualquier momento.

Arribamos a Sarande, ciudad albanesa. Al acercarnos me dió un escalofrío. Edificios viejos, que se caen a pedazos, comparten vecindad con esqueletos y esqueletos de hormigón, de la construcción de hoteles en masa que se está llevando a cabo a marchas forzadas. Dicen que su futuro es el turismo. Pero aquello es feo, rematadamente feo. Y me dió pena de que fuese tan feo porque por mucho empeño que pusiera la guía en decirnos lo encantadora que era la ciudad, allí lo único que llamaba la atención era la miseria. Y la guía nos miraba buscando aprobación para que dijéramos que sí, que es un país hermoso que ha sufrido mucho. Pero lo de hermoso no se veía por ninguna parte. El sufrimiento sí, claro.

Y allí estábamos, una panda de guiris que no podíamos salirnos de un recorrido establecido porque era peligroso. Nos contó la chica que muchos albaneses están armados, que tienen fusiles y pistolas en sus casas para defenderse. También nos iba explicando, mientras yo observaba los arcenes de la carretera, llenos de basura, arrojada probablemente desde coches en marcha, que su futuro es el turismo y que tenían gran confianza en los albaneses que volvían del extranjero con dinero para invertir en hoteles y que habían estudiado y aprendido. Y pasaban mercedes, y más mercedes, llenos de gente hosca. Mercedes que han sido robados en otros países, porque trabajar como obrero en una fábrica (que es lo que hacen la mayoría de los inmigrantes albaneses en Europa) no da para comprarse un mercedes último modelo, sino para ir tirando. Tampoco da par construir un hotel de lujo con materiales importados. Para eso viene mejor el dinero de la trata de blancas, de la droga, de los robos a mano armada. Mafia. Palabra prohibida. La guía sonreía como un conejillo cuando algún turista ingenuo la pronunciaba, y hablaba en inglés de "corrupción," pero no ponía en sus labios la palabra tabú. Yo callaba.

Estábamos allí porque la mafia nos lo había permitido. Habíamos pagado por estar allí, de hecho. Íbamos a ver miseria. Y ellos, que lo saben, quieren que gastemos en sus hoteles, porque tienen la esperanza de que veamos hermoso lo que ellos nos dicen que es hermoso. Porque los turistas somos idiotas, ganado, claro. E igual que nos ordeñan los griegos en sus hermosas islas, también nos pueden ordeñar ellos en sus playas peladas.

En el campo no había apenas basura. Los campesinos, extremadamente pobres y vestidos a la usanza tradicional, montados en bueyes, miraban de otra forma. Miraban como miran los campesinos en todas partes. Con esa mirada resignada, con ese apego a sus tradiciones como única forma de vivir. Pero el campo, sin ser hermoso, tenía por lo menos la dignidad de la limpieza, de las miradas claras, de los campos de cultivo más o menos cuidados, de la supervivencia a pesar de. Y no tiraban basura con desprecio desde mercedes en marcha. Sí, no eran ellos.

Y la guía confiaba en los hoteles que se estaban construyendo y esperaba que fuésemos. Mientras tanto, en la calle, niños descalzos se acercaban a pedir dinero. Nos lo pedían a nosotros, de una forma pesada e insistente, no a los propietarios de los flamantes mercedes, señores "educados" en el extranjero que traen sus "conocimientos" al país. Mafia. Sí, la palabra prohibida.

Y es paradójico que la Mafia, que controla el país por completo y que impone su dictadura de terror, sea el nuevo yugo y al mismo tiempo, la esperanza de miles de personas. Creen que conseguirán desarrollar su economía así.

Me fui en el barco con una extraña sensación de cosas que no cuadran. De contradicciones, de paradojas, de sentimientos encontrados. Me alegré de no haber nacido allí. Eso era lo único que tenía claro cuando, de camino a la costa griega, dejé atrás Shqipëria.